Pan, simplemente pan

“Danos hoy el pan nuestro de cada día”, lo decimos cada vez que repetimos el padrenuestro, el mismo que aprendimos de niños. Y sino escuchamos “este es el cuerpo de Cristo” que recita un sacerdote ante un trozo de pan, consagrándolo y que luego lo reparte, cada vez que celebramos la misa o como la llamen aquí o allá, ese milagro repetido que instauró Jesús y que perdura a través de los tiempos.

Mire si no es importante el pan, ayer, hoy y siempre que ha estado, está y estará presente en las mesas de todo el mundo.

Es el símbolo de la unión, en la familia y en cada pueblo, es gratitud compartida, un alimento básico y simple, común hecho con harina de cereal, sus formas son diversas, según las costumbres de quien lo hace y en qué lugar del mundo, si es casa o en una panadería, pero siempre es una masa elástica, blanca la mayoría de las veces, lisa que luego de leudar, se corta y cocina en hornos de barro, cocinas de diferentes combustibles, o simplemente en medio de las brasas y la ceniza, a lo que le llaman rescoldo y se hace en cualquier lugar que se encienda un fuego, aun cuando se migra.

Al salir de la cocción, dorado, esponjoso y crujiente, cálido como un vientre de madre esparce su aroma tan particular con el que delata su presencia donde sea e invita a los recuerdos de quien con pocos o muchos años lo disfruta, esa tibia rebanada que en la infancia deseaba recibir de las manos amorosas de una madre y luego en todo el recorrido de la vida en el que estuvo presente.

Lo disfrutan en la mesa del rico compitiendo junto a manjares y otras veces es la compañía codiciada de un viajero errante hasta la llegada a destino, estuvo en toda la historia de la humanidad, presenció batallas y alimentó miserias calmando necesidades básicas.

Está en el arte, en las pinturas siempre presente, sea en vivo inmortalizando mesas o en la llamada naturaleza muerta donde lo pintan completando una bella imagen acomodada por el artista de turno.

También vive en la literatura, en odas y poemas quedando grabado en el lector o quienes los recitan, está en los libros sagrados y repetimos sus frases impresas a lo largo de nuestra vida.

Y que se puede decir del lenguaje, si el niño que está aprendiendo a hablar lo nombra casi al mismo tiempo que aprende a llamar a sus padres o pide agua.

Hoy aquí, observas al pequeño escolarizado llegar con la pancita llena de ruidos por el hambre, y con ansiedad espera el clásico desayuno escolar cada día, porque es la primera comida desde ayer. Ves que moja el pan en la tibia leche y lo disfruta con fruición y pide varias veces- ¿Seño me das más pan?-

Y en otras oportunidades antes de marcharse de nuevo al hogar, los encargados lo reparten para que todos aquellos que no van a comedores públicos, lleven en sus bolsillos un poco de pan que les engañará ante la falta de comida.

Y no quiero olvidar al puestero de nuestros campos, hombre que vive y trabaja en el lejano y agreste sur patagónico, el que desayuna mate muy temprano y luego carga en su caballo agua, un trozo de carne cocida cuando hay y el pan seco único alimento con el que llega a su casa al atardecer, después de terminadas sus tareas.

¿Y los viejos? Esos abuelos que con mano temblorosa disfrutan de unas rebanadas ese pan por el que trabajó toda su vida para ganárselo y hoy lo tiene racionado, muchas veces por su precaria salud u otras tantas, es lo único que por caridad recibe porque la miseria le quitó valor a lo poco que gana y debe ir a un sitio donde le ayuden, es así que junto al niño, a las familias vulnerables el pan es lo básico que calma el hambre, junto al único plato de alimento del día.

Me has pedido que escriba sobre el pan entonces sin querer miro atrás y siento el perfume de él en la casa de la infancia, cuando mi madre lo sacaba del horno de la cocina de leña y yo daba vueltas a su alrededor para que me diera un trozo calentito y cuando traía el pan de manteca casera. ¡Qué placer! Untarla lentamente y ver como se derretía absorbiéndola y logrando un sabor inolvidable. Ya de más grande la vida hizo que algunas veces repitiera la receta e hiciera pan casero y así mis hijos adoptaron la misma costumbre.

Hoy mis nietos al merendar piden pan con manteca y azúcar, antes que las galletas envasadas y sino cuando llega recién echo de la panadería tibio aún, los veo trozarlo a pellizcos con sus pequeñas manitos y devorarlo prácticamente, por lo mucho que les gusta.

Como verán para mí el pan es la evocación de un alimento básico, entre sagrado y profano, muy sencillo que otorga saciedad en todas las edades y graba a fuego los recuerdos de ayer.

Si, amigos, en una fría mañana de invierno aquí en nuestra Patagonia, es lo que puedo decir del pan. Mientras tomo unos mates calentitos lo disfruto dando pellizcos, como un niño, a uno que aquí llamamos flauta y está recién echa dorada y crujiente.

                                                                                                                Alicia Spampinato

                                                                                                                       «Alitanita»

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