El primer amor y el último, el principio y el fin del sentirse vivo. El inicio y el fin del sufrimiento. El inicio de la razón y el fin del sentido.
Lo cierto es que, y a estas alturas de mi vida, aún conservo un vago recuerdo de mi primer amor. A pesar de que en mi hemeroteca mental ya no hay nombre, no hay rostro; tan sólo perduran vagas imágenes de una larga calle sombría, dos manos entrelazadas y cuatro besos mal contados al amparo de algún que otro portal.
Bendita inocencia.
Nuestro encuentro distaba a una hora de distancia, recuerdo la ligereza de mis pasos al salir de casa tras mentir acerca de mis planes para la tarde después de comer con la familia. Escudriñando las calles a mi paso para no ser visto hasta llegar a la parada del autobús, El “Oliveras”, poco concurrido a aquellas primeras horas de la tarde de domingo.
Era un amor de domingo por la tarde. Era lo más parecido a la emoción de un estado de clandestinidad, camuflados entre paseantes que iban y venían ajenos, en su gran mayoría, a esos niños, a los que bien podían considerar como a dos hermanos que se dirigían a la primera sesión de cine de la tarde de Domingo.
Para ser honesto no recuerdo cómo empezó ni cómo acabó. Simplemente sucedió.
¿Quién no ha tenido su primer amor?
En cuanto a mi ultimo amor…
Sobre mi último amor espero poder escribir algún día. Todavía no es una anécdota.
Podría empezar por el principio, pero lo cierto es que, a día de hoy, desconozco el final.
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