Mi nuevo barrio
Aquel barrio me pareció bello y sugerente desde el mismo instante en que el camión de mudanzas se estacionó en la puerta de mi departamento: las arcadas con distintas esculturas en sus entradas; los portones de madera tallada; las miradas curiosas que, ocultas detrás las ventanas, hacían un cuidadoso inventario de mis muebles, se completaban con el ruido del roce de las escobas con las hojas secas, y el aroma al estofado de mi tía, que, justo en la casa contigua, esperaba ansiosa mi llegada.
Los tallarines recién amasados se teñían del rojo de la salsa de tomates nevada de queso y el pan crujía fresco en mi boca; un café, un último vaso de vino, y el beso amoroso de mi tía que, agradecida, me despedía de aquel almuerzo.
Antes de entrar a mi nueva casa escuché el suave entonar de un chelo que, según la dirección del viento, aumentaba o disminuía en volumen; me atrapó aquella melodía invitándome a recorrer aquellas calles empedradas, recibiéndome con los brazos abiertos acunados en las notas de Bach .
Caminé varias cuadras, respiré hondo el aroma a tilo seco y me senté en el cordón de la calle, estaba extasiado, pues la tarde de aquel sábado, en que el sol brillaba de otoños, era silenciosa en cada acorde.
Cerré los ojos y dejé que el tiempo se escapara sin intentar atraparlo. Disfruté largo rato cada tono perfectamente propuesto hasta que la tenue brisa me acarició recordándome que, en aquella época, aunque hubiera sol, refrescaba temprano.
De regreso, me detuve a conversar con un anciano que se quejaba de las hojas secas que, día tras día ,alfombraban su vereda; no se si lo convencí, pero lo disparatado de las explicaciones que le propuse me hicieron acreedor de una sonrisa sin dientes, y un mate lavado próximo a arreglar. Después de esto, me despedí del viejo, quien me rogó que volviera pronto, pues, según dijo, las hojas inundaban su puerta en la mañana, pero la soledad y el silencio le vaciaban el pecho por la tarde.
Ya en la puerta de mi casa, y al tiempo en que intentaba identificar la llave de entrada al pasillo que conducía a mi departamento, una voz suave me empalagó el aire, fue un simple “buen día” que alcanzó para hacerme girar y verla entrar por un derruido portón de madera justo en frente de mi cuadra. No llegué a responderle, pues me quedé atónito; era la imagen más hermosa que habría visto aquella tarde en aquel barrio. Me quedé pensando en ella un tiempo, me recosté, intenté dormir; pero su voz me había prendado y sus formas habían insinuado cientos de caricias: amores fugaces o eternos… no podría precisarlo.
El barrio durmió en silencio, y la tranquilidad de aquella noche de luna se transformó en un nuevo día repleto de sol.
El suave susurro del chelo me despertó por la mañana; el canto de un jilguero, el menear de las ramas en la brisa, y las cuerdas que sonaban entonando un llanto, otro penoso episodio de Bach que me acariciaba acercándose.
Me duche rápidamente, me cambié, y me dejé llevar por aquel sonido que se detenía sólo para cambiar de movimiento. Caminé por aquel barrio como si el mismísimo chelo en llanto me llevara por las angostas calles empedradas, permitiendo que, a cada paso, las crujientes hojas amarillas de otoño se acompasaran con aquel movimiento más penetrante en mis oídos y más exultante para mi alma.
- ¿De donde vienes? – pregunté al aire.
Y el silencio se apodero un momento de aquel barrio dando paso al tercer movimiento del preludio. Y la música continuó acorde tras acorde, permitiéndome que busque por largos minutos en los callejones y en las galerías; de pronto, sentí más y más cerca cada estocada, cada golpe del puente en las cuerdas, y las notas, ya en lagrimas, apuntalaban más mi caminata hacia su encuentro. Una plaza era el escenario para que aquella muchacha de palabras simples entonara acordes sublimes. Me senté a un costado, casi sin dejar que me viera, pero intentando que, de todas maneras, no le fuera posible evitar verme; y, sin dejar de tocar por un instante aquel bello instrumento, me miro fijo, identificándome, sonriéndose y sonrojándose…
Este es mi nuevo barrio… bello y sugerente, colmado por la magia de un chelo y el crujir de las hojas secas; estofados, pastas caseras, y silenciosas miradas fugaces de amores eternos en soleados días de otoño.
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