Receta para el exito

Receta para el exito

Lezama Castro

26/08/2024

La harina, con su textura fina y su color blanco como la nieve, yacía en la esquina más oscura de la alacena. Su vida era monótona, como si cada día fuera una repetición sin sentido. Las risas y los aromas de los otros ingredientes no la alcanzaban; se sentía aislada, como si estuviera atrapada en un mundo de sombras.

En su soledad, la harina recordaba los días en los que era parte de algo más grande, antes de ser almacenada en ese rincón olvidado. Pero ahora, su existencia se reducía a esperar, a ser ignorada. La harina anhelaba ser transformada en algo hermoso.

Pero, día tras día, su tristeza la envolvía como una nube gris. Cierto día, Don Valente, el panadero, se acercó a la alacena. La harina temblaba de emoción, imaginando que finalmente sería su momento de brillar. Don Valente abrió las puertas de la alacena con cuidado. La harina contuvo la respiración.

Pero, en lugar de tomarla en sus manos, Don Valente dejó una pequeña bolsa en ese rincón olvidado. La harina sintió cómo su corazón de polvo se hundía. ¿Por qué no la había elegido? ¿Por qué seguía siendo ignorada? Don Valente salió de la cocina, ajeno a la desilusión de la harina. Ella estaba destrozada.

La alacena quedó sumida en un silencio sepulcral tras la partida del panadero. La harina, aún con el corazón encogido, sintió un leve movimiento cerca de ella. Una voz suave resonó en el espacio -Hola. Sorprendida, la harina giró su mirada hacia la bolsa recién llegada. -¿Quién está ahí?, -preguntó con cautela.

Desde el interior de la bolsa, otra voz, más profunda y sabia, respondió -Somos tus nuevos compañeros supongo.

La harina, intrigada, comenzó a contar su historia. Antes, era parte de grandes creaciones. Pero ahora me siento olvidada, sin propósito.

La voz suave la interrumpió. -¿Y qué te gustaría hacer ahora? -La harina reflexionó por un momento. -Quisiera volver a ser útil, quiero sentir la emoción de ser parte de algo.

La voz profunda asintió. -Entonces, ¿por qué no empezamos por imaginar? Imagina un nuevo tipo de galleta, una que nadie haya probado antes.

La harina quedó sumida en profundas reflexiones tras la conversación con sus misteriosos compañeros. Las palabras de la voz sabia resonaban en su interior. La idea de permanecer encerrada en la alacena, esperando a que alguien la eligiera, le resultaba cada vez más insoportable.

Con un suspiro, la harina tomó una decisión. Esa noche, bajo la luz de la luna, se deslizó por la pared de la alacena y se aventuró hacia el desconocido. Hasta que finamente aterrizaron sobre la mesa de la cocina. Allí, se encontró con dos figuras relucientes, que parecían custodiar el lugar.

Eran dos huevos, grandes y blancos. Al ver a la harina, uno de ellos la saludó con una sonrisa. -Hola harina, que haces fuera de tu alacena.

-Yo… yo solo quería salir al mundo y cumplir mi sueño de ser una galleta -balbuceó.

-Eres muy valiente, pero un pequeño bulto de harina no puede hacer una galleta solo, -respondió el otro huevo.

-A veces es bueno pedir ayuda.

La harina asintió con la cabeza. Tenía razón. Había olvidado que, por muy grande que fuera su deseo, necesitaba la ayuda de otros. -Conozco a alguien que puede ayudarnos, -dijo uno de los huevos. -Mañana mismo te lo presentaremos.

La harina regresó a la alacena. Había dado el primer paso hacia su objetivo. Y aunque el camino por delante era incierto, sabía que no estaba sola.

A la man̈ana siguiente, harina despertó con una energía renovada. La idea de continuar su aventura la llenaba de ilusión. Se dirigió a la esquina de la alacena donde se encontraba la bolsa con las voces misteriosas, con entusiasmo, les contó sobre sus nuevos amigos huevos y su propuesta. Las voces, la escucharon con atención y orgullo.

—Estamos muy felices por ti, harina —dijo una de las voces. – Es admirable que hayas reconocido la importancia de pedir ayuda. Ese es el primer paso para lograr tu objetivo.

La harina sonrio y se despidió de sus amigas invisibles, prometiendo mantenerlas al tanto de todo lo que sucediera.

Esa noche, la harina se reunió nuevamente con los huevos. Estos, con una sonrisa compasiva, la presentaron a su amiga: el agua. Era un líquido transparente y brillante, que parecía contener toda la frescura del mundo.

—Harina, ella te ayudará a cumplir tu sueño —dijo uno de los huevos.

El agua saludó a la harina con una suave ola. —Encantada de conocerte. Estoy lista para llevarte a donde quieras ir.

La harina, emocionada, se acercó al agua. Con la ayuda de los huevos, intentó flotar sobre ella. Sin embargo, al tocar el líquido, sintió un extraño cosquilleo. Su cuerpo comenzó a disolverse, a perder su forma. Aterrorizada, gritó:

—¡No quiero!

La harina se alejó del agua, sintiendo cómo su confianza se desvanecía. Regresó a la alacena, buscando refugio en la familiaridad de su rincón. Se acurrucó entre las sombras, abrumada por el miedo y la duda.

—¿Cómo pude pensar que era capaz de hacer esto? — se preguntaba a sí misma—. Tal vez la alacena no es tan mala después de todo. Al menos aquí estoy segura.

La harina pasó la noche sumida en sus pensamientos, repasando los acontecimientos de los últimos días. Se sentía confundida y desorientada. Una parte de ella anhelaba seguir adelante, pero otra parte tenía demasiado miedo.

Pero entonces, las voces familiares revelaron su identidad, eran levadura y sal.

-Harina, -dijo la sal, -recuerda que los errores son parte del camino, todos hemos tropezado alguna vez, lo importante es levantarse y seguir adelante.

La levadura añadió, -tal vez no siempre estuvimos ahi, pero ahora estamos contigo.

En ese instante, las puertas de la alacena se abrieron y los huevos y el agua entraron. La harina, conmovida por su gesto, se sintió envuelta en un cálido abrazo.

Con renovada determinación, la harina permitió que el agua la mezclara una vez más. Esta vez, sin miedo, se dejó transformar en una masa suave y elástica.

Al mirarse en un reflejo de luz que se filtraba por la ventana, la harina ya no se reconocía. Había dejado de ser un simple polvo blanco para convertirse en algo mucho más grande. Era como si hubiera nacido de nuevo, con una nueva identidad y un nuevo propósito.

Don Valente, el panadero, al regresar a la cocina, se sorprendió al encontrar una masa ya preparada. Con una sonrisa, la tomó entre sus manos y la llevó al horno. Mientras el pan se horneaba, llenando la casa con su aroma, la masa reflexionaba sobre su viaje. Había aprendido que el miedo era un obstáculo que podía superar, que el cambio era inevitable y que, a veces, las cosas más maravillosas surgían de las situaciones más difíciles.

Al salir del horno, el ahora pan era dorado y crujiente, con una miga suave y esponjosa. Era perfecto. Pero el pan sabía que su aventura no había terminado. Como pan, enfrentaría nuevos desafíos. Tendría que viajar a diferentes mesas, conocer a nuevas personas. Y aunque a veces sentiría nostalgia por su vida anterior, estaba preparada para lo que el futuro le deparara.

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