Para el pequeño Juan

Para el pequeño Juan

Kirsten v.

26/08/2024

Juan no quiere escribir, me recriminaban. ¡Miss, Miss, Juan no quiere escribir!

Al escuchar a Sofía decirme esto varias veces, me preocupé y fui a ver a Juan.

—Juan, ¿Qué te pasa? ¿Por qué no quieres escribir? ¿Acaso te duele la mano? —le pregunté.

Juan alzaba su carita y empezaba a apretar sus ojitos.

—Miss, no tengo lápiz —me respondía.

Yo, felizmente, le conseguía un lápiz para que así pudiera escribir lo que estaba en el tablero.

En otra clase de inglés, cuando yo los ayudaba, Juan estaba sin lápiz y sin cuaderno.

—Juan, ¿y tu cuaderno? —le pregunté.

Me respondió con un tono de voz tierno diciendo:

—Ehhh, Miss, es que se me olvidó.

Hacía una expresión divina mientras se tocaba su cabello rubio y hacía rizos con su cabello liso. En seguida me picaba la curiosidad, pues conocía a los niños que de chicos son así de pilosos. Revisé cuaderno por cuaderno queriendo encontrar la libreta de inglés, cuando de repente, en su asiento vi un borde de una libreta, ¡y sí, Juan se había sentado encima de ella!

Era la libreta de inglés. Cuando le pregunté por qué la había escondido, me decía que no quería escribir, que eran muchas líneas y que él ni siquiera las entendía. Antes de hacer suposiciones sobre las líneas a las que se refería, no estamos hablando de palabras escritas en el tablero con dibujos en él, donde solo debía colorear y escribir.

Lo temía, me dije a mí misma. Pues si revisaba su cuaderno, era un desastre y solo tenía un lápiz mordido en su cartuchera con un borrador partido a la mitad. Juan no tenía colores, por lo que no podía colorear. Juan se sentaba en las últimas sillas porque hablaba mucho adelante, Juan se quitaba los zapatos porque no eran su talla y le apretaban. Sí, muchas veces lo regañaban porque se los quitaba, pero yo desde lejos lo entendía.

Desafortunadamente, nunca pude hacer nada. Cuando Juan, en medio de un regaño, lloraba, y luego de eso, cuando me acercaba, Juan me abrazaba y lloraba, nunca pude entender por qué lloraba. ¿Era porque no quería escribir o porque sus zapatos le apretaban? No, yo lo sabía. Dentro de mí, algo me decía que Juan lloraba porque no tenía afecto, amor ni atención.

Me arrodillé junto a su silla en la última fila, donde se sentaba solo, y lo abracé, dándole palmaditas en la espalda. No me arrepiento de haberle dicho palabras alentadoras que habría querido escuchar cuando era niña.

—Tú puedes, Juan. Recuerda siempre que cuando lloras, no eres un niño malo, solo estas sintiendo aquellos sentimientos que pensamos que nos hacen mal. 

Al pequeño Juan que siempre me hacía preguntas, que jugaba con plastilina y le encantaba el fútbol al punto de quedar como un tomate. Al Juan valiente que llora porque no quiere escribir en su libro y que ríe después de que se le cae un diente de leche. Al pequeño que fue el primero en hablarme y darme abrazos de osos gigantes. Gracias, nunca te olvidaré. Espero que estés bien.

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