Cuento corto: El escape de Dionisio.

Cuento corto: El escape de Dionisio.

Nan

20/08/2024

El escape de Dionisio.

Desde el abismo de su catre, le vi caer, un poco confundido y ojeroso, miró a su alrededor lívido y sin enojo, levantó pesadamente su cabeza, escudriñó el techo en la oscuridad, pero no pudo reconocer nada a su alrededor, andaba como en una nebulosa entre sueño y cansancio, lo que le impedía recordar donde estaba. Desde el cielo, colado por una hendija de la puerta, un rizo de sol, dorado e intenso, le cegó, entonces acomodó sus manos en cuenco y apoyó su rostro como meditando en la nada, entre la esclavitud de la vida y libertad de la muerte, su alma estaba ausente y su espíritu inerte, como el ruido de la ola en la playa, cuando se va y vuelve.

Ese día, la mañana trajo un viento frío y repugnante, que, como una mano etérea y misteriosa, golpeó la ventana, espernancándola con una fuerza descontrolada, la ráfaga alborotada, trepó por un rincón, bajó como una serpiente invisible hasta el catre, lo envolvió, y atravesando su piel se alojó en sus huesos, Dionisio balbució algunas frases incoherentes, titiritando entre bostezos, con un semblante triste, como una imagen en un espejo, quieta, fría y perpetua.

Dormitado aún, vino en si de repente, y con voz triste y lejana, llamó a su perro: bocanegra, bocanegra… pero el animal no se movió, éste seguía acurrucado, entre el frio y la pereza, en un rincón oscuro y áspero del suelo. Dionisio, sin fuerzas y con desánimo cayó de espaldas al catre nuevamente, un profundo ronquido, le siguió…más tarde, el ladrido lejano de bocanegra, llegó a sus oídos y despertó sobresaltado… que he hecho… dijo… son las diez…sintió afuera el alboroto de los gallos y los pollos en el conuco, …debe ser ese zorro patizambo que ha vuelto otra vez …ya van cinco veces este mes, algo tendré que hacer, si no es hoy será mañana, pero esta lavativa se tiene que acabar, seguro, de que me llamo Dionisio Periquera, así será…

El hombre, buscó en la lacena su inseparable porongo, pero no lo encontró, dio unos pasos en la salita y en medio de la penumbra del recinto pudo ver el camuro intacto, pero sin el corcho…creo que la Guasinga se me acabó…murmuró entre dientes, se paró y como pudo se vistió, salió abotonándose la camisa, y se marchó. Esto fue lo último que dijo Dionisio, emparrandado, una tarde de pascua, por allá en las costas de Bajabaroa tumbado en un arenal, y estando un poco pasado de Guasinga, a tal punto que no conocía a nadie y les dijo a sus amigos de pesquería en voz alta, …digan que Dionisio murió de mengua, un 17 de un mes cualquiera, para que no me recuerden más, y no me busquen cuando me vaya. …

Pero aquel día… alborotó a todo el pueblo, cuando se marchó sin decir nada…y ni a su perro bocanegra se llevó, …si se hubiese imaginado esto, no se habría ido, así como así…, dijo Pedro Pinto la noche de ese 17…ya cansado de caminar, en la infructuosa búsqueda de su inseparable amigo Dionisio, lo acompañaban: Robustiano Piña, Chuo Didenot y su hermano menor Roso Romero.

Ya iban a ser las once y cuarto de aquella fría noche, cuando pararon la búsqueda, bajo la lumbre de una luna en cuarto menguante que, como un ojo despierto y asustón, mirándolos sin pestañar en el medio cielo, quería como contarles algo. Bocanegra, su fiel perro…a esas alturas no sabía qué hacer, solitario, como sumido en su orfandad, dio dos vueltas y se echó en el suelo con una mirada tan triste que parecía humana. Con los días, se corrió la voz que Dionisio se había perdido desorientado en el monte, porque sufría de tabardillo de tanto aguantar sol en su vida y encalamocado tal vez, se iría en cualquier rumbo y se lo tragaron los aritivales abundantes en la región. 

También se comentó que estaba en Puerto Escondido viviendo oculto en la cueva del Guano, con la india Claudia Elena, quien fuera su novia por un tiempo, cuando llegó de Juan Griego, más flaco que un totoroco seco y que no salía al sol porque estaba medio ciego, pero solo eran puras conjeturas de los vecinos y que nunca se pudieron comprobar.

Como no le consiguieron trilla por ninguna parte desde aquel día que se marchó, sin dejar rastro, ni recado alguno, también dijeron que se fue en un cayuco maltrecho a desafiar el mar, en la noche de la llenante y quien sabe si algún Cachalote le volteó la curiara…y hasta el sol de hoy. Para despedirlo, sus cuatro amigos le hicieron un rezo en la orilla de playa, …así nació y así murió, como él quiso…murmuró Chuo…libre, tan libre que un día el viento se lo llevó.

Para quitarse la congoja, esa noche los cuatro amigos se bebieron una garrafa de Guasinga, sentados en la troja de arponear y para recordar por siempre, a su desaparecido y apreciado compañero, allí amanecieron los tres, viendo la lejanía del mar, en su silencio, cuando ya el sol, comenzaba a despuntar. FIN.

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