Es un hecho que en muchos hogares, incluso aquellos de apariencia modesta y rústica, la llegada de un simple mendrugo de pan es motivo de alegría desbordante.
Querido amigo, no puedo afirmar con certeza cuál es tu situación, pero quizás en tu hogar, abunda el pan que falta en tantos otros.
Si en tu casa las viandas son generosas, te insto a que esa alegría que llena tu corazón. Sea la alegría del merecimiento, ese sentimiento que emana del alma cuando el pan que consumes no es solo una rutina, sino el fruto de tu esfuerzo y honor. Comer con gratitud por lo que has ganado es una experiencia que trasciende la mera satisfacción del hambre.
Es el pan, ese alimento milenario que apacigua el hambre y llena tu estómago colmando tu mente y espíritu de generosidad o saciedad total, al sentir su olor, textura crujiente y suave a la vez, cuando lo recibes de la mano del panadero; sonriente y digno, pues en su mano se refleja el trabajo de un pan bien hecho. Y así, podrás pronunciar estas palabras con sinceridad y compasión: «Señor, otorga pan a aquellos que padecen hambre, y apacigua el apetito de aquellos que tienen más de lo que necesitan.
Permítenos ser un canal de tu generosidad y compasión en este mundo necesitado». Al extender nuestra mano en ayuda a quienes menos tienen.
“Transformas tu mesa en un lugar de abundancia no solo para ti, sino para todos los que se sienten tocados por ella”.
“Señor, el Pan nuestro de cada día, dánoslo… ¡Hoy!”
OPINIONES Y COMENTARIOS