No tengo la más mínima intención de volver a ese mundo vuestro, verde esperanza. Ya estuve en allí el tiempo necesario.
Es más, y según la ley de la naturaleza, estoy convencido de que, y a estas alturas, ocupo el lugar que me corresponde.
Lo cierto es que nunca fui, a pesar de intentar respetarla, en la medida que mis principios así me lo permitían, un gran amante de la naturaleza. Entre ella la humana.
Aunque la naturaleza, la humana incluida, nunca deja de sorprenderme.
Esta mañana sin ir más lejos y tras levantarme, he podido observar en mis brazos y piernas el resurgir de nuevos brotes verdes. A pesar de que pronto he caído en la cuenta de que nada tenía que ver ese verde con la esperanza. No me ha sacado de mi fascinación. Debía disfrutar del momento más allá de cualquier apreciación. Me han asombrado su vigor y su frescura. Tan sólo eran nuevos signos de vida. Así pues, mi primera reacción, y tras mi asombro, me han llevado a deslizar las yemas de mis dedos, acariciándolos sutilmente, al tiempo que daba la bienvenida a esos nuevos retoños.
Aún queda algo de vida en lo más profundo de este árbol.
Así es que mañana sin falta, posiblemente con el frescor de las primeras horas del día, para no someterlos a calores excesivos, pasearé con orgullo a mis nuevos hijuelos con la dosis de altanería que ellos se merecen.
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