El pequeño panadero

El pequeño panadero

Lezama Castro

13/08/2024

Santiago llegó al mundo luchando contra las adversidades desde su primer aliento. El parto fue una batalla, y las marcas de los fórceps quedaron grabadas no solo en su piel sino también en su destino. Una lesión, oculta en las sombras, le robó la voz antes de que pudiera usarla.

Creció en un silencio forzado, rodeado de sonidos que nunca podría imitar. La melodía del panadero con el pan resonaba en su mente, pero solo podía responder con un tarareo, mientras sus hermanos entonaban con alegría la popular canción mexicana.

Mi negocio, una pequeña panadería al sur de México, era una constante, un faro en la oscuridad de su mundo mudo. Santiago era el elegido para recibir siempre la primera pieza, mientras que a sus hermanos les tocaba conformarse con el sobrante, un pequeño lujo en una vida de privaciones.

La familia, atrapada en la pobreza, veía cómo la madre mendigaba por las calles en busca de alimentos.

El pequeño aún conservaba la venda de la inocencia y pasaba su tiempo en mi negocio; él me ayudaba y naturalmente esto se le recompensaba. Al finalizar la jornada, el niño siempre tomaba una gran barra de pan, me sonreía y se marchaba.

Estuve ahí el día en que Santiago enfermó; pude verlo recostado con una mirada cansada. Aun así, su rostro se iluminó al verme.

-Te estuve esperando y no llegaste; espero que eso de enfermarte no se vuelva costumbre. Sabes que necesito tu ayuda, -le dije, el solo sonrió.

-Bueno, me tengo que ir; alguien debe atender el negocio, por cierto, te traje rosquillas para cuando te recuperes.

El pequeño asintió con la cabeza y, con sus pequeñas manos, se despidió.

Al siguiente día, al terminar la jornada, tomé algunos bizcochos y me dirigí a visitar a mi pequeño empleado. Saludé a su madre y esperamos juntos a recibir el acceso.

Después de unos minutos, un médico nos pidió acompañarlo.

-Santiago no sobrevivió, -dijo el doctor. El peso de esas palabras hizo que me derrumbara. Sara, la madre, entre lagrimas tomó al pequeño entre sus manos protectoras y se despidió amargamente.

La muerte de Santiago fue como un susurro, casi una anécdota.

En mi pena, encontré un consuelo amargo: Santiago, el pequeño panadero, al fin, descansaba en paz.

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