Si no puedes estar conmigo estate con miga, decías abuelo en una de las pocas frases que te recuerdo. Ese día me despertabas, no podía confiar en mi vista, todo era oscuridad y mis oídos estaban invadidos por respiraciones durmientes, tanteaba tu mano y juntos saltábamos los obstáculos de objetos inertes que poblaban el espacio hasta la puerta de la calle. Estabas entrenado, esa carrera la hacías todos los días cuando aún la ciudad dormitaba sueños azules.

En la soledad del obrador la luz surgía de tus manos espigadas de pianista y de artesano, de creación de alimento y cuidado. Como si fuera una personita lo acariciabas y le hablabas, hoy pan viene mi nieto conmigo, se llama Aure y es el número uno en las mates, va a tal curso y tiene tantos años, te abstraías como si yo no estuviera, solo la masa y tú, luego reparas en mí y me dices esa frase que repito una y otra vez, evocando el momento, tu entonación, tus pausas, como si en cualquier momento mi voz dejara de ser mía y surgiera la tuya.

Tu frase parecía una admonición, en un tiempo muy breve dejé de verte, mis padres me decían elige una estrella para hablar con abuelito -cómo odiaba el diminutivo-, hizo un viaje muy largo para llenar el cielo de panes. Nunca sé si esa explicación fue cosecha de alguno de mis padres, o de una tercera persona, quizá del charlatán al que luego me llevaron y les anunciaba a mis padres que yo era un desafiante después de que yo gritara, era la única manera de callarlo y escuchara un poco.

Estuve mucho tiempo esperando volver a verte, no miraba al cielo sino a los panes.

Eras una persona con rituales, tu trabajo de panadero definía tus hábitos y tu manera de ser, te sentía comedido ante la vehemencia de mis padres, o al menos así te recuerdo y así te muestras en mis sueños. Te me fuiste muy pronto y dudo cuánto hay de ti en mi recuerdo y cuánto de mí, e incluso cuánto está en los comentarios de mis padres. Tu hijo cuando está alterado conmigo me acusa de parecerme a ti, y no en tus manos pacientes de amasar la harina con la sal y el agua, o en tu serenidad ante los imponderables de la vida, más bien en tu locura, en dialogar con los panes, en asegurar que estos te escuchaban y te respondían. Me mostrabas los surcos que hacías en la masa y creabas ojos, bocas, entes.

Me aferro a ti y no sé si es certero, al estar muerto puedo agarrarme a una idea de persona que no sé si es real. Los que sí están vivos son mis padres, no han sentido que yo haya llegado con un pan debajo del brazo, hay algo abuelo que les recuerdo a ti, y pienso, bendita locura que se salta una generación.

Creo que mi padre habla y hablaba poco contigo, yo sí lo hago, aunque me tachen de enajenado.

Tengo ojos de viejo en un cuerpo de veintipocos, serpientes retorcidas en el tronco de mi cabeza, ideas amargas que hacen que mida mis movimientos en función de la distancia que pongo hacia mis padres. Me engaño abuelo, busco tus migas de pan que guíen mi camino y no hay, no puedo esperar magia y que aparezcas justo en la otra orilla de la de mis padres.

Vuelvo a casa con los bolsillos rotos y noto sangre en mi cara que arde ante el ya te lo dijimos de mis padres. Nos iluminamos como farolas rojas y nos gritamos como si las palabras fueran huecas y solo sirviera el volumen de la voz a la vez que enseñamos los dientes. Mi padre calla y como un click que enciende una luz blanca nos anima a hablar desayunando en una de las cafeterías que está en el centro.

Hay techos altos, bullicio de mañana despejada, mostradores de cristales limpios como si acabaran de secarse tras una noche de lluvia fina, bollos que se encaraman y se montan unos a otros, olor a miga, como tu miga, con agujeritos enlazados que se contraen y se estiran. La conversación con panes es más distendida, mi padre habla de echar de menos, a ti y también a mí, mi madre llora, yo lloro, mientras inhalamos café, pan, conversaciones alegres a nuestro alrededor. Parece menos notoria tu ausencia que nos sobrevuela. Retiro una miga cerca de la comisura del labio de mi padre, me mira sorprendido, tenías una miga, le digo, él sonríe por primera vez. Quizá hoy pueda estar en casa, ¿será posible que los tres podamos soportar nuestras sombras y nos aceptemos con nuestras propias historias? En fin, es un principio.

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