“Las penas con pan son menos”, solía decirnos mi madre cuando en casa lo que sobraba eran penas y pan era lo que más faltaba.
Nunca entendí en verdad a qué se refería. Si bien era cierto que las penas nunca faltaban en casa, la verdad es que el pan tampoco lo hacía, pues si algo sabía hacer bien mi abuela Sinforosa era amasar pan. En cambio las penas llegaban solitas a mi casa, y las lentejas… Aunque nadie las invitara, se colaban por todas partes.
Mi padre había migrado hacia ya un par de años, a las verdes llanuras del vecino país del norte, convirtiéndose, desde entonces en un “Greengo”. Los primeros meses enviaba a mi madre unos cuantos dólares, bucks, como allá les decían, pero un día dejó de hacerlo. Así, las idas de mi madre a Jerez, en dónde se encontraba la sucursal más cercana de MONEYGRAM, cesaron, de igual forma que murieron las esperanzas de que mi padre algún día regresara.
“La esperanza es lo último que muere”, le decía mi abuela a mi madre, recuerda que los gringos siempre dicen “No News good News”, así que mientras no recibiera una noticia que confirmara que algo le había pasado, existía la posibilidad de que algún día regresara a su terruño querido,
Por otra parte, mi abuelo Pomposo era un borracho empedernido, gallero de profesión. Su fascinación por todo tipo de peleas era, a la vez, su perdición. “Al pan, pan, y al vino, vino”, era uno de sus dichos favoritos, aunque para èl más bien todo era vino. “El que vino a este mundo y no toma vino, entonces a qué chingaos vino” le decía a mi abuela cuando lo regañaba por llegar a la casa cayéndose de borracho. Cuando esto sucedía, que era, por lo menos cada tercer día, ella salía de la casa y visitaba a su suegra preguntándole;
—Señora, ¿quién tiene la obligación de cambiar y limpiar a un hijo?
—La madre, desde luego —contestaba la ingenua mujer.
—Pues entonces vaya a mi casa que su hijo la necesita —le decía mi abuela– pues su hijo se encuentra tirado en el piso del baño, todo “guacareado”, y apestando a mierda, pues parecía que se hubiera revolcado en ella. Yo, más bien pienso que con quien se revolcó fue con una piruja de esas que se pintan tanto el pelo de guero, que ya hasta tienen que utilizar peluca, pues de natural ya no tienen ni el pan que comen todos los días..
En mis tiempos y en mi pueblo, comer con pan solo se hacía en ocasiones especiales, “A falta de pan, tortilla” nos decía mi madre, y por eso las tortillas nunca faltaban. Mi padre le compró un comal en el cual invirtió todos sus ahorros. Fue para lo único que le alcanzó, pues un horno, aunque fuera artesanal de ladrillo, era impensable, inalcanzable, diría yo.
Por otra parte, mi padre decía que “pan, uvas, y queso añejo, dan vida al viejo “, aunque lo que parecía darle más vida era el vino, pues heredó el “free state of live” de mi abuelo.
Cuando yo era niño, no entendía de refranes. Ahora que ya soy adulto, los entiendo muy bien, y estoy de acuerdo en que “Si tienes pan y lentejas, no sé de qué te quejas”.
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