El cansancio y el humo del cigarrillo se entrelazan, formando una bruma que entorpece mi mente. Acostado en mi cama, con el cigarrillo colgando de mis labios, lucho por mantener los ojos abiertos y concentrarme en la tarea que tengo frente a mí. Inhalo el humo, lo retengo en mis pulmones por unos segundos y luego lo expulso en una lenta exhalación. En los cristales de mis lentes se refleja la luz de la pantalla, la cual reproduce cada pulsación de mis dedos sobre el teclado de la laptop.

Mi mente se pierde, desenfocada, mientras el ritmo frenético de mis dedos continúa sin pausa. En la pantalla, una maraña de caracteres inconexos intenta cobrar sentido, pero fracasa estrepitosamente. Mi cuerpo rígido y mis dedos danzantes trabajan a un ritmo frenético que no logra traducirse en coherencia. Es una lástima. Antes, solía escribir con maestría. Ahora, mi prosa hiere el idioma con sinsentidos.

Mejor dormir.

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