En el bosque encantado, los charcos de agua reflejaban escenas de otros mundos, un espacio donde vidas transcurrían en dimensiones paralelas.

Cada vez que Catalina se agachaba, su reflejo mostraba a otra chica del otro lado. Como un espejo roto, ¿era verdad lo que estaba viendo?

Repetía sus mismos movimientos, caricias de pelo, palmadas de mejilla. Hasta pellizcos para despertar. Pero no era un sueño. Aquel charco seguía ahí, revelando a otra chica que no conocía. Aún.

Todas las noches, se escapaba para poder verla ahí. Una cara tan familiar, pero tan distante. Y es que llegó a pensar que se parece a ella. Entonces, bajo una resplandeciente luna llena, decidió comunicarse. Helena no podía entenderla. La chica que veía de pronto trató de vocalizar palabras. Pero por más que Catalina se esforzaba en hacerla entender, Helena no comprendía lo que salía de su boca. El agua permanecía estática. Una barrera de dos mundos, bloqueando el flujo de conexión entre las dos chicas. Ahora, Catalina gritaba. Gritó con todas sus fuerzas, mas el espejo no respondía. Se le ocurrió que podría estar atrapada y ella sería la única que la podría salvar. Helena, del otro lado, compartía el pensamiento.

Sin ponerse de acuerdo, llegaron a la conclusión de que la otra no pertenece ahí. Así que, la siguiente noche, cuando los búhos despertaban y las luciérnagas alumbraban el cielo, ambas chicas extendieron los brazos hacia el charco. Con sus manos, agarraron aquellas de la otra. Y tiraron. Pero no cedían. Catalina y Helena, si bien quedaron abrazadas, al soltarse nada cambiaría. Ninguna iba a dejar su tierra natal. De repente, con mucho sigilo, hundieron la cabeza. Parecía un eterno; el fondo del charco se expandía cada vez más. Hasta que traspasaron cuerpos y sus pieles se fusionaron. Los reflejos se hicieron uno y dejó de ser un espejo, si no que fue como una ventana a otro sideral. Una paradoja que habitaban las dos. Y ahora ambas tenían el poder de dejar ir. El charco de Helena, aquel en su ciudad, luces altas y en medio de un callejón, se transformó en un mirador al planeta rural de Catalina. Pero se encontraba en la misma superficie, misma región, olvidada. Solo que era tan diferente de lo que los residentes estaban acostumbrados a ver. Sin embargo, en el bosque encantado, la familia de Catalina estaba empezando a preocuparse por ella. Conjugaron una de sus pertenencias para que los guíe a su parada. El objeto recorrió el bosque entero hasta llegar al charco. Una vez allí, la familia se veía a sí misma. Era un charco común y corriente. Y cuando el objeto se dejó caer, reposó sobre el agua.

Catalina y Helena permanecieron perdidas para siempre en el infinito cosmos. Un lugar donde podían tomarse de las manos sin temor.

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