Década de 1940. Aquel último día, después de haber agotado su ardua jornada agrícola en una finca privada; y por lo cual cobraba la honrosa suma de 25 centavos diarios; zapatos amarrados por los cordones, colgando de los hombros, recorrió los acostumbrados once kilómetros que por los últimos dos años había estado recorriendo para ver su madre enferma.
Luego de lavarse los pies y calzarlos en una tienda donde pagaba dos centavos por tan honorable servicio, cruzó la calle y entró al hospital público:
-“Joven, lamento decirle que su madre murió ayer, después que usted abandonó el hospital; y como comprenderá, debido al estado en que se encontraba su cuerpo, fue necesario enterrarla de inmediato. Siento mucho no haber podido avisarle a tiempo, y acepte usted mi mas sentido pésame.» Entonces comprendió la complicidad del silencio y las miradas solidarias de los demás mientras se lavaba los pies en aquella tienda del frente.
-Muchas gracias –dijo- En tanto que su rostro compungido dejó rodar un par de gruesas lágrimas que al bajar parecían arder en sus mejillas. Dio media vuelta, en tanto que al iniciar su largo recorrido de vuelta a casa, el nudo en la garganta solo tuvo espacio para dejarlo murmurar, para sí, con palabras entrecortadas:
Adiós… Mamá…
MM
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