«¡Cuéntame un cuento!» gritó Yoselin, con la cara enrojecida y una mirada tan feroz como la de un capataz.
La ira de la niña era evidente, pero Ram no se sentía intimidado ni impresionado; conocía los ‘juegos’ de esa niña. Además, verla acurrucada en su camita, envuelta en sus sábanas color melocotón y rodeada de peluches, le restaba seriedad a sus amenazas.
«¿Quieres un cuento, eh…?» murmuró Ram pensativo, de pie junto a su lámpara de girasol.
«Ujum…» asintió adorablemente Yoselin, ocultándose debajo de sus sábanas. Para Ram, era fascinante ver cómo cambiaba su estado de ánimo de un momento a otro.
«Bueno… se me ocurre algo.» Ram no tenía pendientes esa noche, así que podía permitirse perder le tiempo con ella en su habitación.
Sentándose en la silla al lado de la cómoda rosada de Yoselin, Ram comenzó a narrar su historia. «Había una vez…»
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En una vasta pradera, rodeada de imponentes montañas, pastaban las ovejas.
Eran muchas y llenas de energía, y solían correr de un lado a otro en su enorme rebaño. Sin embargo, a veces, curiosas, grupos de ellas se aventuraban lejos del rebaño principal, acercándose a las desconocidas montañas.
No obstante, nunca llegaban muy lejos. Un gran y valiente perro pastor las vigilaba, y con sus atentos ladridos, devolvía a las ovejas extraviadas al grupo.
El perro pastor nunca bajaba la guardia. Cada día, desde temprano, corría frente al rebaño, buscando cualquier peligro oculto en la pradera y guiando a las ovejas. Nunca permitía que se acercaran demasiado a las montañas.
Esto se debía a que esas montañas eran habitadas por lobos.
¡Lobos! Feroces, sucios y hambrientos, descendían en manadas de las montañas durante la noche. Aullando y resoplando, peleaban entre ellos por la escasa comida que la pradera les ofrecía. Nunca encontraban más que pasto y setas de hongos desabridos, que tanto detestaban. Siempre regresaban a casa con los estómagos vacíos, durmiendo incómodos de día y soñando con la cacería, soñando con las ovejas, soñando con un festín de rojo carmesí y desenfrenado gozo.
Los lobos deseaban comerse a las ovejas más que nada en sus vidas, pero nunca podían alcanzarlas. El perro pastor siempre vigilaba. No importaba lo que intentaran, siempre eran detenidos por el guardián de las ovejas. Hacía mucho que se habían rendido y ahora solo paseaban como fantasmas en las noches.
Así era el día a día en la pradera. Hasta que un día, algo cambió.
Una mañana, como cualquier otra, una repentina lluvia llegó del este, sorprendiendo a las ovejas. La intensa tormenta empapó la pradera, causando una pequeña inundación.
El perro pastor no se sorprendió, pues con experiencia ya sabía qué hacer. Seguro de su disciplina, llevó a las ovejas al gran corral, donde pasarían el día hasta que el sol saliera de nuevo.
Sin embargo, bajo aquel cielo oscurecido por las nubes de lluvia, un lobo apareció en la pradera. Sonámbulo, tal vez creyendo que ya era de noche, había bajado de las montañas y se había internado sin miedo en la empapada pradera.
El perro pastor no tardó en verlo en el horizonte. Con fuertes ladridos, corrió hacia su enemigo. Despertado y sorprendido por su propio estado, el lobo corrió en medio de la lluvia de vuelta hacia las montañas para refugiarse con los suyos.
El lobo corrió y corrió tanto como pudo. Atrás, el perro pastor casi lo alcanzaba. Pero, afortunado, un fuerte viento lo empujó, cruzando un gran charco que el perro pastor decidió no cruzar.
Sin mirar atrás, el lobo siguió corriendo hasta llegar a una cueva sucia y triste, donde fue recibido por los suyos.
Los otros lobos, que habían sido despertados por el ruido, lo recibieron sorprendidos y extrañados. El lobo recién llegado, aunque olía como ellos, aunque aullaba como ellos, no se veía como ellos.
Molesto por la confusión de sus hermanos, el lobo recién llegado dejó la cueva y buscó su reflejo en un lago cercano.
Era sorprendente. Quizá la lluvia había limpiado su suciedad, quizá el viento había suavizado y dado un volumen excesivo a su pelaje. No estaba seguro. Pero ahora, el lobo, muy limpio, se encontraba con que tenía el mismo pelaje blanco que una oveja sin trasquilar.
Entonces, mirando su reflejo, en ese momento, el lobo tuvo una idea absurda pero inquietante.
«¿Y si, así como me veo, me escondo entre las ovejas haciéndome pasar por una…?» pensó el lobo, mirándose a sí mismo como una oveja.
Ignorando su propia ignorancia, poseído por la emoción de haber hecho un descubrimiento que nadie más había hecho antes, el lobo que parecía oveja corrió hacia su manada. Armando un gran escándalo, llamó la atención de todos y, entre aullidos, les compartió su fabulosa idea.
No obstante, sus gritos de entusiasmo solo fueron respondidos con risas.
Nadie tomó en serio la idea de aquel lobo que parecía oveja. Era ridículo lo que aullaba, una locura, una insensatez. Desde los más jóvenes hasta los más viejos, incluso los más feroces ya hablaban de comerlo y ver si realmente no era una oveja.
Pero, en medio de risas, críticas y sentencias, un violento aullido barrió con todo ese escándalo y un silencio aplastante los dominó.
El gran lobo, el líder de la manada, el más astuto entre ellos, había escuchado la idea del recién llegado y tenía que decir algo al respecto.
«¿Y si mejor, sean las ovejas las que se vean como nosotros?» dijo el lider, dominando las miradas de todos con una sonrisa salvaje.
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Pasaron los días, las semanas y los meses, hasta que llegó la época de lluvias.
Como en todas las estaciones, el fiel perro pastor emprendió el viaje guiando a las ovejas a las zonas más altas de la pradera en busca de mejor pasto y seguridad. A pesar de sus esfuerzos, siempre había ovejas que se salían del camino y terminaban cayendo en estanques de agua, quedando empapadas y sucias por el barro. Estas ovejas sucias siempre se quedaban atrás del rebaño, retrasando la marcha del grupo mientras se limpiaban torpemente entre ellas.
Al principio, el viaje transcurrió sin novedad para el perro pastor.
Sin embargo, con el paso de los días, comenzó a notar algo extraño en el rebaño. A diferencia de otras ocasiones, aquellas ovejas sucias, aunque secaban su pelaje, no lo dejaban limpio como antes. En cambio, comenzaron a ensuciarse deliberadamente partes de su cuerpo: las patas, el pecho, los lomos e incluso sus cabezas y colas. Al principio, el perro pastor pensó que esto era un comportamiento propio de las ovejas más jóvenes, así que lo dejó pasar. Pero, con el tiempo, incluso las ovejas adultas comenzaron a comportarse de esa forma.
Incapaz de seguir manteniéndose indiferente, un día decidió confrontar a las ovejas.
«Ovejas, ¿por qué ensucian sus cuerpos con lodo?»preguntó.
«Perro pastor, el viaje es siempre el mismo, siempre igual. Nosotras queremos un cambio. Las manchas de lodo nos hacen ver mejor, nos hacen ver diferentes, nos hacen ver especiales «respondieron las ovejas.
«No entiendo. ¿Cómo el lodo puede hacerles ver mejor o especiales?
«Perro pastor, tú no eres una oveja y no lo entiendes. Nosotras somos ovejas y lo entendemos. Al ser especiales, el viaje también se vuelve especial.
«Sigo sin entender.» respondio el perro pastor
«Perro pastor, no eres una oveja, no lo entenderás » respondieron las ovejas, dando por terminada la conversación.
El fiel perro pastor no pudo dialogar más con las ovejas. Ahora que había conversado con ellas, había notado una gran desconfianza en sus miradas, pero también una sensación de peligro que no podía identificar.
Los días pasaron y más ovejas se ensuciaban con lodo, cada vez viéndose más oscuras, cada vez viéndose menos como ovejas.
Así, la marcha hacia las tierras altas y seguras se hizo más pesada, retrasándose más por las ovejas que se ensuciaban con lodo y se secaban de día. El perro pastor empezaba a preocuparse cada vez más.
Cuando ya la mitad del gran rebaño se había vuelto oscuro y sucio, el perro pastor volvió a confrontar a las ovejas.
«Ovejas, sus juegos con el lodo retrasan el viaje y ponen en peligro al rebaño. Las grandes lluvias ya vienen y aquí no es seguro.
«Perro pastor, siempre nos has guiado por el buen camino hacia un lugar seguro, pero ahora que somos diferentes, somos mejores, somos especiales, nosotras encontraremos nuestro propio camino y lugar seguro «respondieron las ovejas, orgullosas.
«¿Qué camino es ese del cual están tan seguras?
«Un camino que solo las ovejas especiales pueden conocer. Ya no necesitamos más tu guía, perro pastor.
«Conozco todos los caminos en esta gran pradera, y aparte del mío, no hay otro seguro. Mañana partiremos sin demora hacia las tierras altas; todas aquellas que quieran estar a salvo me seguirán, dejaremos atrás a los rezagados, ya no hay tiempo.
«Está bien para nosotras, tenemos un camino» respondieron las ovejas.
«Está bien para nosotras también, estamos seguras» respondió otro coro de voces.
El perro pastor miró molesto al rebaño sucio y rebelde. Aquellas voces que le respondieron al final no sonaban naturales en las ovejas. Con su aguda mirada buscó entre el rebaño, pero entre las manchas negras y blancas del pelaje solo pudo ver gris. Un gris sucio, famélico y hambriento…
Resignado, el perro pastor les dio la espalda, con un mal presentimiento. Podía usar la fuerza para descubrir la verdad, pero necesitaba la confianza de las demás ovejas aún limpias para continuar y decidió no hacer nada en ese momento.
«Tal vez mañana, cuando llegue la gran lluvia, entren en razón » pensó esperanzado.
Pero a la mañana siguiente, sorprendido, el perro pastor descubrió que las ovejas sucias se habían marchado.
Apurado, buscó al rebaño perdido y lo halló rumbo a las montañas, cantando alegres y seguros de su camino.
Entristecido, el perro pastor guió al resto de las ovejas hacia las tierras altas y seguras. Ya en su destino, aquella noche escuchó a los lobos aullar en la distancia, en las montañas: aullidos de alegría y regocijo, de dicha y festín carmesí.
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«Y fin…¿Que te parecio?» pregunto Ram a Yoselin. Sin embargo Yoselin no le respondio, durmiendo en su cama, la niña soñaba con ovejas y lobos danzando felices alrrededor de una fogata…
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