El Pan en la Iglesia y una historia Cotidiana

El Pan en la Iglesia y una historia Cotidiana

Oraizver

04/08/2024

Entre rezos y cánticos sagrados, se encuentra un elemento que une a los fieles en comunión: el pan. A través de los siglos, el pan es un alimento que ha sido símbolo de sustento espiritual, de unidad y de generosidad.

En la liturgia cristiana, la Eucaristía representa la última cena de Jesucristo con sus discípulos, donde el pan se convierte en el cuerpo de Cristo y se comparte entre los fieles como símbolo de comunión y unidad en la fe. Además de su significado simbólico en la ceremonia de la Eucaristía, el pan también desempeña un papel importante en la obra caritativa de la iglesia.

En un nivel más personal, el pan en la iglesia nos invita a reflexionar sobre la importancia de la gratitud y la humildad en nuestras vidas y a estar dispuestos a dar de nosotros mismos en servicio a los demás.

Una historia cotidiana.

―Buenos días, Verónica. El gerente me llamó anoche. La empresa aprobó tu solicitud, donará seis paquetes de panes blancos rebanados.

―Estupenda noticia, Roscío. ¿Y cuando los entregaran?

―Hoy mismo, amiga. Debes ir a la fábrica antes de las once de la mañana. Recuerda que en sábado laboramos medio día.

―¿Me acompañas?

―Debo atender a mamá; me encargo de eso mientras estoy de vacaciones. Anda tranquila, yo arreglo todo por teléfono, para que mi jefe te atienda personalmente. Aparte de los seis panes, te entregarán uno para mí; es el obsequio mensual que recibimos los empleados.

―Listo, salgo de inmediato. Muchas gracias amiga.

―Verónica, quédate con mi pan; pero no lo regales. Es para ti.

Contando con seis panes, reduje a mitad una lista de beneficiarios, que previamente había seleccionado.

Había llegado el momento de repartir los panes. Invité a mi hija menor, mi fiel compañera en labores de la iglesia.

―Vamos, Fani. Yo llevo la bolsa y tú el agua que beberemos.

―Mamá, ¿no era mejor entregar en la iglesia?.

―Hija, recuerda que esto es una labor social y puede haber gente con más necesidad que los que asisten a misa.

―Si la lista que tienes es para doce familias ¿Cómo harás ahora?

―Pues, saqué a seis de la lista. Mírala y pensamos en la ruta de entrega.

―Me hubieras dicho, mamá. Y entre las dos decidir a quienes sacábamos de la lista.

―No te quise involucrar en eso; si hay arrepentimientos sólo son míos.

Hecha la entrega, miré la hora en el teléfono y pensé en una forma rápida de preparar el almuerzo; aun así almorzaríamos sobre la hora acostumbrada.

―Tengo hambre, mamá.

―Estamos llegando a casa, hija. Allá bebes un vaso de jugo y en media hora tendré el almuerzo.

―¡Mamá! Mira hacia la casa. La señora que te dije, la que va a misa. Creo que nos está esperando y anda con dos niños. Ya nos vio.

Poco conocía a la mujer, un par de veces ella asistiendo a misa y una vez montada en el bus. Era una mujer madura y aparentaba ser abuela de los dos niños que la acompañaban.

Sin dar las buenas tardes, la señora me abordó:

―Yo no estaba en mi casa cuando usted pasó repartiendo panes. Me dijeron donde vive y vine a hablar con usted. Mucha pena me da pedir, pero tengo a cargo éstos nietos y amanecimos sin nada para comer. Esa es mi situación, doña Véronica. No tanto por mí, es por esas criaturas.

―Disculpe, señora?.. Veré qué puedo hacer, porque los panes para la caridad eran pocos y ya los entregué.

―Me llamo Blanca Flor. Tengo poco tiempo viviendo por acá y mi hijo que me ayudaba tuvo que emigrar. A lo mejor empieza a ayudarnos cuando consiga un trabajo bueno.

―No se vaya señora Blanca. Espéreme aquí. Fani, por favor trae jugo a los niños.

Entramos a la casa y Fani se ocupó con el jugo; mientras yo pensaba en una opción para ayudar a  Blanca y sus nietos, en efecto esa era la solución.

―Tome señora Blanca, éste paquete de pan me lo regaló la fábrica que los hace, pero se lo daré para sus nietos.

―Muchísimas gracias doña Verónica, usted es muy buena.

―No soy yo, Blanca Flor. Es Dios quien provee, el agradecimiento es para él.

―Bueno, doña. Nos vamos.

―Vayan con Dios.

Entré a la casa y mi otra hija me observó, pensativa. Carmen tenía un carácter diferente a Fani; pero cómo hermanas se conocían y en general se llevaban bien. Carmen era muy aplicada en sus estudios y eso la absorbía casi por completo, en su tiempo libre se entretenía con manualidades o molestando a la hermana ( o al revés).

―¿Y dónde estaban ustedes? Y esa señora ¿Quién era?. Tengo hambre y no encuentro el pan.

―Haciendo obra de caridad y la señora se llama Blanca Flor, ella va a misa.

―Mamá, te iba a decir que esa es la señora hedionda que estaba sentada a mi lado, el domingo pasado.

―Menos mal que no voy a la iglesia, Fani. Si una vieja hedionda se sienta a mi lado, me paro y salgo de carrera.

―Lo que dices no está bien, Carmen. Pero debiste buscar otro lugar y listo, Fani.

―Yo vi a la vieja hedionda y si es una mujer blanca, pero su segundo nombre debería ser Rafflesia; es la flor más hedionda que existe, jaja.

―Muy graciosa tú. ¡Mira mamá! La señora se regresó.

―Bueno, atiendan ustedes a Rafflesia. Yo voy a mi habitación, a esperar que tengan listo el almuerzo. Al menos pude comer tres tajadas de pan con mermelada, antes que ustedes llegaran. ¡Usen tapabocas!

Antes que la señora Blanca Flor me llamara, salí para saber porque se devolvía. Ella se acercó y a dos metros de distancia, me dijo:

―¡Doña! Vengo a reclamarle que a éste paquete le sacaron unas rebanadas; cuando vaya a regalar hágalo completo. Yo pido, pero no me gusta recibir sobras.

―Ya le dije, señora Blanca. Quien provee es Dios, reclame a él.

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