UN TRAMITE

UN TRAMITE

COCI

01/08/2024

UN TRAMITE

Había recibido una multa por exceso de velocidad. Jamás había circulado por la avenida mencionada en la notificación. De todas maneras me preocupaba, ya que sería mi palabra contra la de ellos. No tenían ninguna prueba contra mí, puesto que en el acta, sólo figuraba una fotografía de la parte trasera del vehículo en donde se podía ver la patente de mi auto.

Por esos días los métodos utilizados para medir las velocidades estaban muy cuestionados. Yo estaba seguro de no haber violado ninguna norma. A toda hora un bombardeo de notas sobre los irresponsables conductores invadía las pantallas de los televisores con innumerables imágenes de tránsito que daban cuenta del descontrol existente en las calles de la ciudad. Los conductores de noticieros armaban sus editoriales al respecto, con sus sermones y gesticulaciones ante la cámaras, juzgando anticipadamente. Todo estaba dado para que fuera considerado un conductor de alto riesgo, un enemigo público, ya que suponía que en mi prontuario se sumarían las multas por mal estacionamiento que había pagado voluntariamente.

Decidí afrontar la situación y defenderme frente a los funcionarios, por una falta que no había cometido. Se habían constituido en un ente recaudador y estaban cebados. ¡Basta de pagar voluntariamente, basta de agachar la cabeza y darles la razón que no tienen!

Ese viernes había amanecido caluroso, pegajoso y presentí que sería insoportable sobrellevarlo. El mal dormir de esa noche bochornosa colaboró para hacer complicada mi mañana de Enero en Buenos Aires. Desayuné una porción de pizza fría que había quedado de la noche con un vaso de gaseosa. Salí temprano, una odisea para tomar el colectivo, dejé pasar tres , imposible subir, lleno total. Subí al cuarto, no se podía por la puerta delantera, lo hice por la de atrás. El conductor me puso en evidencia y discutí a distancia con una multitud que nos separaba. Se cansó y arrancó. Calles cortadas, tránsito trabado, piquetes, desvíos por obras, etcétera. Llegué apretado, transpirado y atrasado al turno que había solicitado. Me dijeron que era tarde, que no me podrían atender, logré que lo hicieran , estaban sin sistema, calculaban que se restablecería en media hora. En treinta minutos cambiaba el turno de empleados. Me hicieron esperar en una zona en la que ni una fila organizaron. Faltando veinte minutos para el cambio ya no había nadie en su puesto de trabajo. Los empleados esperaban cerca del reloj que controlaba su salida, departiendo amablemente como si estuvieran en un vernissage, sólo faltaban los canapés.

Veinte minutos después de la toma de posesión del nuevo turno, comenzaron a atender, ya con el sistema activado. Presenté mi reclamo citando el número y le dicté el de mi documento, no fue suficiente, debía mandarlo por mail para que quedara registrado, mostré la captura en la pantalla de mi celular, no fue suficiente, debía enviar el mail. No había señal, la única posibilidad de conseguirla estaba cerca de la única ventana, fui hacia allá y como era el único, nos amontonamos unos cuantos intentando lo mismo cerca de la abertura, ensayando las más variadas piruetas para conseguir la bendita señal que abriera el camino hacia el inalcanzable inicio del trámite.

De pronto alguien, más indignado que yo, comenzó a gritar quejándose por la mala atención, por el mal trato, la mala educación de los funcionarios, el calor y , básicamente, por la multa que había recibido, que consideraba injusta.

Tan alterado estaba que de repente comenzó a evidenciar falta de aire y cayó ahí en el medio del salón, a los pies de una mujer de no menos de 70 años que lo acompañaba y tranquilizaba desde hacía un rato. Rápidamente lo atendieron, tratando de reanimarlo. Alguien llamó una ambulancia. Cuando llegó ya era tarde, el hombre había muerto ante la mirada atónita de todos.

Alguien les gritó asesinos a los empleados que se habían quedado paralizados ante semejante escena. Otro alguien comenzó a insultar a viva voz, hasta que un tercero decidió agredir a uno de los empleados que fue defendido por un compañero. Hubo quienes separaban, quienes agredían y quienes se defendían. Otros comenzaron a romper las instalaciones.

Me fui acercando a la puerta buscando la salida. Intervino la seguridad del lugar y los ánimos se crisparon aún más. Sonaron las sirenas de los patrulleros que llegaron para poner orden. Cuando me retiraba vi que bajaban de la ambulancia la camilla para retirar el cuerpo. Llegando a la parada del colectivo vi pasar dos  que no pararon por estar repletos. Espero, y pasa un tercero que tampoco paró. Subí al cuarto, no se podía por la puerta delantera, lo hice por la de atrás. El conductor no me vio. Calles cortadas, tránsito trabado, piquetes, desvíos por obras, etcétera.

Llegué a casa, encendí el televisor y la transmisión en directo desde el Centro de Infracciones mostraba las imágenes en las que se podía ver las llamas saliendo del interior, la policía que ponía orden a bastonazos y jóvenes lanzando piedras contra el edificio. Violencia en estado puro. Repetían constantemente el video del momento en que sacaban la camilla con el cuerpo sin vida de quien, sin saberlo, originó tremenda batalla. Al abrir la heladera recordé que por la mañana había comido la última porción de pizza.

Antes de acostarme, encendí la computadora, entré a la página del Centro de Infracciones de la Ciudad, busqué mi multa e hice el pago voluntario. 

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