El amor por la literatura me vino de nacimiento. Mi padre no tiene duda alguna sobre ello. Cuando tenemos esas largas conversaciones de media noche, me comenta con un particular brillo en sus ojos, que no había día en el cual su primera hija no se interesara en husmear las revistas de su madre o los libros escolares de su hermano mayor.
Él siempre la miraba con ternura, como si esos pequeños gestos fueran una demostración de lo que devenía para su futuro. Lo motivaron para empezar a comprarle libros a su pequeña niña, por lo que la biblioteca familiar se inundó de escritos de geografía, historia, cuentos, dibujos, grandes montañas, desiertos majestuosos, gigantes urbes, bosques encantados y cuanto paraíso conoció ella en cada una de las páginas que con tanto fervor leía.
La lectura se fue convirtiendo en su pasatiempo favorito, y cuánto más aprendía en el colegio, más se interesaba por investigar en algún libro de esa pequeña y valiosa biblioteca, el rincón más bello de su casa.
Cuando el mundo exterior era cruel con ella, se refugiaba en sus lecturas, como una manera efectiva para olvidar su entorno y convivir con los personajes de las grandes aventuras en las que se involucraba.
Ese señor tan distinguido, mi distinguido padre, narraba con entusiasmo hasta este tramo. Pero yo, le añadí la parte más satisfactoria a su relato:
El nacimiento de otra pasión, la escritura. Aquella que surgió cuando también quise crear mundos a través del lápiz y el papel. Parajes donde podría experimentar fantasías que en la realidad, sonarían desorbitadas e incluso imposibles. Me convertí en la arquitecta de muchos lugares que bien me han ayudado en mis momentos de crisis y tristeza.
Mi salvavidas.
Esto es lo que me ha movido las fibras desde hace mucho tiempo, es por lo que lucho cada día de mi vida para poder ser la diseñadora más audaz de mi proyecto de vida.
Sería impresionante causar en muchas personas lo que muchos brillantes autores causaron en mí: esa sensación de viajar y conocer grandes mundos sin salir de mi habitación, con el poder único de mi consciencia.
Creo que ese maravilloso hombre no pudo haber guiado mejor mi camino, a él atribuyo ser el artífice de mis sueños. Porque fue él quien vio la chispa en mis ojos, quién me brindó el acto de amor más valioso: creer en mí, al menos por esa vez…
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