Sin un Quejido (de la vida real)

Sin un Quejido (de la vida real)

M M

29/07/2024

Su convalecencia fue difícil, aunque no tan extensa. Un hermano se encargó del excelente cuidado que recibió. Nada que necesitase le faltó, excepto, salud.

Tan consciente de la realidad, cada día, dentro del dolor, bromeaba haciendo chistes, inclusive, los relativos a su precario estado, como si estuviera burlándose de la muerte en su propia cara. No se veía bien; por suerte eso era lo que menos le importaba; como tampoco le importó antes de. Fue feliz hasta estos últimos días; generalmente estaba de buen humor, muy pocas veces se quejó del dolor, y no le preocupaban las vanidades de la vida, que nos hacen arrogantes y egocentristas. «No hay otro ser superior, que no sea Dios»- Decía.

Con cincuenta y tantos años habidos, sin matrimonio y sin hijos pero bien parrandeados; fue un hombre simpático y sociable; extremadamente querido; por lo que recibía visitas a diario que al menos le servían de aliento y entretenimiento; pues aun postrado en cama, aquello no le impedía discutir y argumentar sobre deportes, en especial el beisbol, del cual era un ferviente apasionado. Se mantenía tan actualizado, que sorprendía su conocimiento sobre datos viejos y nuevos.

…Y como si nada pasara para él, pasó el tiempo; implacable, como siempre, hasta aquel día a las diez de la mañana aproximadamente, cuando le gritó al hermano custodio, en tono bajo y pausado, como si no quisiese que se oyera o como si se avergonzara:

“¡Me voy hermanito, me voy, me voy!”.

Últimas palabras… Sin un quejido.

¡La muerte es tan negramente apasionante!

Desde la habitación contigua el hermano vagamente lo escuchó, sin imaginar que se despedía. Al rato, cuando acudió a su chequeo rutinario; entonces comprendió, y no tuvo otra opción que llorar.

En tanto que a mí, dentro de la misma pena y el mismo dolor, puesto que era mi hermano, pasado un poco el tiempo; me quedó la curiosidad de preguntar, sin contestar, si dentro de la convalecencia, en verdad sabemos o percibimos el momento exacto en que vamos a morir. Parece que no, pero puede que sí.

Aunque de algo estoy más que seguro:

De que, como él, un día lo sabré…

¡Ja!

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