Cuando la reina dirigió su mirada hacia la puerta que daba a la calle y vio una multitud de manifestantes pensó que estaban ahí para hacerle las caravanas lisonjeras que solían hacerle sus súbditos. Desde el hermoso jardín que había diseñado el mejor de los diseñadores de espacios verdes del mundo, la consorte del rey solo escuchaba un ruido sordo como el que emiten las abejas en el panal. Inquirió a sus sirvientes que le dijeran qué gritaba el pueblo amotinado a las afueras del palacio real. “Quieren pan, su majestad”. La respuesta de la esposa del rey dejó perplejos a los consejeros que la acompañaban en su recorrido matinal por los jardines reales: “Que les den pasteles, de esos tenemos muchos en nuestro palacio”. El consejero principal de la reina, nombrado por el rey para cuidar a su esposa le explicó: “Su majestad, el pueblo no se alimenta de pasteles sino de un producto que elaboran unos trabajadores con los granos de trigo que han sido convertidos en harina a través de su molienda. Este producto, al que llaman pan, es la base de la alimentación del pueblo que tanta la admira y ama, su majestad. La abundancia o escasez de este producto es la felicidad o el sufrimiento de las masas. Muchos imperios gobernados por grandes reyes han sucumbido por la falta de pan para el pueblo que espera encontrar, después de realizar pesados trabajos físico, el pan en la mesa de sus hogares”. “Pero qué tontos son, dijo la reina, cómo pueden comer eso que llaman pan y no los ricos pasteles.” Y agregó: “Ordeno, señor consejero: que les den los pasteles que tenemos en Palacio para saciar su hambre”. Al día siguiente, una multitud de personas armadas de machetes, cuchillos, herramientas de trabajo e implementos usados para cultivar la tierra y obtener el sagrado trigo, invadieron el palacio real. Profanaron las estancias íntimas de la pareja real hasta encontrar a la autora de la frase que los había ofendido al confundir los pasteles que comían los reyes con el pan que alimentaba al pueblo. Sorprendieron a la reina en un pequeño pero elegante salón quién al verlos dejó de comer el pastel, servido para acompañar el té, que disfrutaba con sus amigas más queridas. La multitud se llevó presa a la reina y fue sometida a la justicia popular. La condenaron a vivir presa en la cárcel por el resto de su vida con una dieta compuesta solamente de pan y agua. El jurado popular esperaba con este castigo que la reina entendiera la diferencia entre los pasteles de la nobleza y el pan del pueblo. De persistir en su demanda de comer pasteles, la enviarían a la guillotina, efectivo recurso para acabar con las malas ideas cultivadas por algunas cabezas.
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