19/06/2024 – 25/07/2024

Una tórrida noche de otoño, atípica, yace en su vivienda el letrado, Simón, es su nombre. Caminando en círculos, por el ancho del living, piensa, mientras sostiene un vaso de agua que se llena de burbujas entre vuelta y vuelta, como anticipándose al suceso venidero.

Nervioso, mira el reloj e intenta modificar su recorrido con el anhelo de alterar el desenlace propuesto doce horas antes.

Suena la bocina del coche color negro azulado, al atravesar el portón de color gris oxidado, se presenta un joven, de treinta y tantos, con gorra y vestido de negro. Es su amigo Lucio, con ojeras debajo de los mismos, pies de plomo y mirada perdida.

Al sentarse en el sillón de roble, con tapizado de color azabache y un lamparón de café en él apoya brazos. De la boca de Lucio, emergieron las palabras que terminaron de llenar de burbujas el vaso con agua:

-«Estoy por separarme y me vengo a vivir con vos». Dijo casi suplicando clemencia.

Sonaba de fondo el noticiero deportivo, el movimiento violento de las ramas de los árboles por el viento de todos los días y el silencio devenido en indignación, pero disfrazado de sorpresa.

– ¿A qué te referís Lucio? Dijo, hilvanando las palabras con mucho esfuerzo.

– Lo que escuchaste, me pelée con Karen y decidí venir a vivir con vos.

Bebía agua mientras Lucio armaba las oraciones con total convencimiento de lo que planteaba.

– En efecto amigo mío, lo acontecido refirió a un hecho causal constante, bifurcado en vicisitudes que no se modificaron con el paso del tiempo. Acotó Simón mientras observaba los plafones de luz en el techo.

– No te entiendo. Exclamó con el ceño fruncido.

– Claramente, mi estimado, el tiempo como factor inacabable, nos facilita la predisposición a repetir todo tipo de estratagemas que encausen el desenlace amoroso, comenzando con uno mismo como actor principal del melodrama.

El mito de que uno es abandonado, alcanza su punto más álgido cuando detecta la invisibilidad como moneda corriente. Entre sollozos y un cúmulo de colillas de cigarrillos enumeramos nuestros descontentos… ya no me mira como antes, no se ríe de mis chistes como antes, no nos besamos como antes y así por el estilo.

Asentando como anhelo imposible, el volver al pasado con el fin de rememorar y repetir esos acontecimientos, impuestos o imaginados, casi como un efecto doppler.

Donde nos damos cuenta de que lo que tenemos en frente, no es a nuestra amada, propiamente dicho, sino a un espejo que nos devuelve aquello que no queremos soltar. Inclusive posamos nuestros ojos sobre ese espejo y aunque quisiéramos saber cómo es nuestro reflejo, desconocemos esa barba descuidada, las canas en los laterales de la cabeza, nos repugnan esos aros y piercings. Los labios secos, las comisuras desacostumbradas a estirarse por reír, las ojeras como característica principal del rostro. Indefectiblemente desconocemos el personaje que adopta nuestros movimientos.

Simón, al bajar la vista, no encontró a Lucio, las puertas estaban abiertas, el noticiero anunciaba sus primeros titulares, el sol asomaba por el este y se le hacía tarde para ir al trabajo.

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