En el kilómetro cero de tu piel, me quiebro. Me vuelvo añicos y me desintegro con tu esencia. El sabor de tu boca no es de este mundo. El placer que siento cuando nos fundimos para volvernos solo uno, tampoco. Y me muerdo el labio mientras mi alma sale de mi cuerpo. Extracorpóreo y sensorial se vuelve este momento. Ahora sé cómo se sienten los dioses. Cómo lo efímero se vuelve eterno, mientras mueres en mis adentros. Mis instintos más primarios me dominan, aunque para qué mentir, yo dejo que de mí se adueñen. Igual que tú. Te doy permiso para decir que soy tuya, para que hagas conmigo lo que quieras y me lleves lejos de este planeta, a casa. Hazme recordar por qué te ando buscando en tantas vidas, por qué mi alma se sentía vacía hasta que me fundí en tus brazos. No me sueltes, no dejes que me vaya muy lejos y volvamos a perdernos la pista. Aunque estoy segura de que seguiría el rastro de tus huellas allá por dondequiera que vayas. Y el magnetismo del hilo rojo que nos une siempre conseguiría alcanzarnos. Nuestros caminos se entrelazan por obra del destino y, como esas cosas que no se entienden hasta que pasan y miras atrás, somos el uno para el otro. En tu cuerpo habitan todos los deseos que en un papel escribí pidiéndole a la vida sobre el hombre que me haría feliz. Lo que no sabía es que tú ya existías, que mi espera no era en vano, sino que mi corazón se estaba preparando para volver a ti. Para reconocerte incluso con los ojos cerrados en cualquier parte del mundo. Eres como esa canción que nunca me cansaría de escuchar, esa que habla de mi historia. De quien siempre tuvo la llave y consiguió derribar los muros que construí para no dejar que nadie, excepto tú, pudiese entrar.

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