La pelota, como todas las pelotas de fútbol, cayó en uno de los pocos parches con pasto que sobrevivían en el jardín de tierra resquebrajada de las señoras Naja. Levantaron la cabeza al mismo tiempo.

—Disculpen —dijo uno de los niños, tropezándose con sus propios pies.

—Pequeño tontuelo —Berenice rezongo entre dientes apretados.

—No seas así, hermana. Debe estar acostumbrándose después del último estirón que pegó.

—¿Nos pueden alcanzar la pelota?

Berenice Naja gruñó, haciendo vibrar su pelo corto y gris. Izzy Naja, en cambio, sonrió amablemente, mostrando sus perfectos dientes postizos. Ambas mujeres acomodaron su proyecto de tejido a su derecha y mientras la anciana alegre se levantaba, la gruñona ponía ambas manos sobre su falda, sin perder de vista al niño.

Izzy nunca sacó su sonrisa. Atravesó el jardín. Puso su mano en la cintura y se agachó. Tomó la pelota, limpiándose la tierra de su mano en su falda larga. No que hubiera hecho diferencia, porque el óxido del viejo portón volvió a manchársela cuando lo abrió.

Empujó la pelota, haciéndola rodar hasta el pie del niño.

—Gracias, señora —dijo el muchacho.

Izzy ensanchó su sonrisa.

—De nada, jovencito. Pero tengan más cuidado que este viejo saco de huesos no está para andar agachándose por todo el lugar.

—Disculpe, señora. No va a volver a pasar.

La anciana volvió a su viejo banco de madera y los niños continuaron golpeando la pelota.

Izzy se sentó y, sincronizadas, las hermanas tomaron las agujas y comenzaron a tejer.

—Mocosos… —dijo Berenice.

—Oh, tonterías. Son solo niños.Y ninguna les sacaba los ojos de encima.

—Niños mocosos… Irrespetuosos… ¡Ya nadie les enseña lo que es importante!

—¿Y qué sería eso, vieja tonta?

—Temer a la oscuridad, desconfiar de todos, no hablar con extraños. 

—Una sonrisa se le dibujó en el rostro y las manos de ambas comenzaron a moverse un poco más rápido.Izzy dejó escapar una risita.

—No podés decir eso. Si no fuera por la confianza de estas personas, ¿dónde estaríamos nosotras? Sabés bien que no podemos hacer mucho sin ellos.

La boca de Berenice se deformó en una mueca desagradable.

—Aun así, no me agradan.

—¡¿Cómo que no?! ¡Si justo ayer estábamos hablando de lo tiernos que son los niños!

Las manos se movían más rápido trabajando en otra hilera de punto derecho.

Berenice volvió a sonreír. Uno de los niños se tiró al piso, atajando la pelota y provocando que el otro se llevara las manos a la cabeza con un grito de derrota.

—Tiernos, sí que son. —Terminaron otra hilera de punto revés—. ¿Creés que a Ávalan le va a gustar el banquete de mañana?

—Creo que nuestro banquete será todo un éxito, hermana. Se hablará de él por toda la eternidad.

—Tiene que estar todo milimétricamente correcto. Si no…

—No te preocupes tanto. Vas a ver que todos la van a pasar muy bien.

—No se trata de que la pasen bien. Ya sabés que nuestros invitados son…

Comenzaron otra hilera del derecho.

—Sí, sí. Lo sé. Por eso busqué esta receta especial para mi plato principal. Lo voy a dejar macerando toda la noche. ¡Se van a chupar los dedos!

—¿Vas a experimentar con una receta nueva? ¿Qué hay de malo con la de siempre?

La pelota rebotaba en la calle, mientras los niños corrían atrás.

—Dale, hermana… ¡Los tiempos cambian! Nosotras podemos hacer algunos cambios también.

Berenice entrecerró los ojos mientras veía como la bola casi caía de nuevo en su jardín.

—¿Y de dónde sacaste esa receta nueva? —preguntó sin saber si se sentía alterada por el atrevimiento de su hermana o por aquel niño que levantaba la mano a modo de disculpa.

—¡¿A que no adivinás?! —dijo Izzy, los ojos casi saliéndose de su cuenca de la emoción—. Conseguí uno de esos aparatos que los jóvenes usan hoy en día. Un telégrafo.

—Un teléfono, querrás decir.

—¡Eso mismo fue lo que dije! En fin. ¡Experimenté esa cosa maravillosa de Internet! Ávalan y todos los otros van a estar encantados cuando les cuente.

Berenice puso cara de asco.

—Podés encontrar lo que sea. ¡Desde consejos para rejuvenecer tu piel, hasta hechizos de invocación demoníaca! ¡Imagínate!

Otra hilera del revés.

—¿Y funcionan?Los niños seguían gritando.

—Para nada —dijo Izzy entre risas—. Pero podés encontrar recetas muy interesantes.

Del derecho.

—Apuesto a que para eso es todo el mango que estuviste cortando toda la noche.

Un gol.

—Exacto.

Las hermanas Naja levantaron su obra maestra de lana hasta tenerla tan extendida al frente como les fue posible. Cada una sacando de su visión a uno de los niños de la calle con aquella manga negra extragrande. Era tal su tamaño, que podría servir para hacer un sweater a un bebé de gigante. 

—Listo —dijeron al unísono.

Relamiéndose con lenguas bífidas, cerraron los puntos de su manga.

El primer niño tiró la pelota una última vez.

Las hermanas Naja, clavaron las agujas en el ovillo, formando una X.

Los gritos cesaron y la pelota siguió rebotando calle abajo.

Las dos mujeres se levantaron.

Los niños, con la mirada perdida, se voltearon hacia la casa.

Berenice e Izzy tomaron sus mangas y canastos de lanas, y entraron atravesaron la puerta.

El portón oxidado chirrió cuando los niños lo abrieron. Sus manos descansaban al costado de su torso. Solo sus pies se movían, levantando la tierra seca del jardín. Subieron las escaleras y atravesaron el portal de la casa para ser devorados por la negrura… y otros seres más.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS