«EL SUSURRO INEXTINGUIBLE DE LA LOCURA ETERNA».

«EL SUSURRO INEXTINGUIBLE DE LA LOCURA ETERNA».

Adriana Patricia Villalobos Méndez.

En una noche oscura y tormentosa, Ema caminaba sola por un bosque tupido, envuelto en un silencio sepulcral. Las sombras de los árboles parecían alargar sus brazos retorcidos para atraparla. Un susurro sutil se filtraba entre las hojas secas, creando una melodía inquietante que resonaba en su mente.

A medida que avanzaba, Ema comenzó a percibir figuras fugaces en la periferia de su visión. Sombras que danzaban y desaparecían en un parpadeo. Su corazón latía con fuerza, y un sudor frío se adueñaba de su piel. Intentó convencerse de que eran trucos de la mente, pero una sensación de inquietud persistente la consumía.

De repente, emergió ante ella una mansión antigua, con sus ventanas rotas y la pintura descascarada. Un viento helado soplaba entre los pasillos desiertos. Ema titubeó, pero una fuerza desconocida la impulsó a ingresar. El crujir de las tablas bajo sus pies resonaba como susurros de los fantasmas que habitaban el lugar.

Exploró las habitaciones, cada una más sombría que la anterior. Encontró fotografías desgastadas de una familia desconocida. Los ojos de los retratos parecían seguir cada uno de sus movimientos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando notó que las fotos mostraban a la familia sonriendo, pero con una mirada de desesperación oculta en sus ojos.

Al llegar al sótano, un murmullo indistinto se intensificó. Ema descendió la escalera con precaución y se encontró en una habitación húmeda y fría. En el centro, una figura envuelta en sombras estaba sentada frente a un espejo antiguo. El reflejo parecía retorcerse y contorsionarse, revelando monstruosas formas que paralizaron a Ema.

El aire se volvió denso mientras la figura, sin rostro, se alzaba lentamente. Un eco susurrante llenó la habitación, narrando los secretos oscuros de la mansión. Historias de traición, locura y desesperación. Ema sintió que algo se retorcía en su mente, desentrañando sus pensamientos más profundos.

Decidió huir de aquel lugar macabro, pero cada puerta que intentaba abrir la llevaba a pasillos interminables que se retorcían como laberintos imposibles. La mansión parecía burlarse de su desesperación, confundiéndola entre sus paredes que susurraban acusaciones y susurros incomprensibles.

La figura sin rostro la perseguía, siempre a la distancia justa para atormentarla sin revelar su identidad. Ema se sintió atrapada en un juego de la mente, donde la realidad y la pesadilla se entrelazaban de manera inextricable. Sus propios miedos tomaban forma, persiguiéndola con cada paso que daba.

Finalmente, exhausta y al borde del colapso emocional, se encontró de nuevo en el sótano. La figura sin rostro se materializó frente a ella, revelando ojos vacíos que absorbían la luz y un susurro que penetraba hasta lo más profundo de su ser. Cayó de rodillas, sintiendo que su cordura se desmoronaba como un castillo de naipes.

En un último suspiro, la figura habló con su voz interior, desvelando un secreto que había permanecido oculto en las sombras de su propia mente. La mansión y sus horrores eran manifestaciones de sus propios miedos y culpas. Aquella noche, Ema se enfrentó a un espejo que reflejaba no solo la oscuridad que la rodeaba, sino también la que yacía dentro de ella.

La mansión se desvaneció lentamente, dejando a Ema en la oscuridad del bosque. La tormenta había pasado, pero en su mente persistía. Mientras caminaba entre los árboles retorcidos, se preguntó si alguna vez escaparía de las sombras que la acechaban, o si la mansión de su propia psique la reclamaría para siempre.

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