ÉTER DE LAS ALMAS ERRANTES.

En la penumbra del ocaso, donde las almas se despiden en silencio, la soledad se cierne como sombra, envolviendo el último suspiro.

En el umbral de la eternidad, se desvanecen los lazos que se tuvieron en la tierra, cada alma emprende su solitario viaje, rumbo al misterio del más allá.

Danzan versos, como lamentos que flotan en la nada, susurros de un adiós que resuena, en el vacío donde todo se desvanece.

Cada latido se extingue en la penumbra, se diluye la esencia en la inmensidad, el yermo se torna en eterno compañero, en el éter donde las almas se dispersan.

¿Qué eco resuena en la extensión del alma? ¿Qué sollozo acompaña al mísero aliento? La respuesta yace en la quietud infinita, un secreto guardado por la muerte misma.

En el silencio etéreo, lagrimas caen, anhelando un eco que al vacío mismo va. Almas que se pierden, se atormentan en la penumbra, buscan en la noche sin fin, y se entrelazan en sus lamentos.

Así, en la existencia, se teje el poema de la soledad al morir, un canto que fluye como río silente, en el enigma que aguarda al más allá.

Adriana Patricia Villalobos Méndez.

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