Otra obra producto del insomnio
Y me acuerdo de que agarre el teléfono, llame a defensa al consumidor y marque los números, 333 y creo que seguía con doble 6. No tiene mucha importancia que digamos.
Primero me derivaron con una de esas voces pre grabadas, típicas de atención al cliente, al ver que mi problema no se encontraba dentro de las ocho posibilidades, marque el nueve para charlar con un representante, mejor dicho, una.
Después de dos minutos de música de ascensor me atendió Cecilia, a quien ya por la voz la notaba desganada —tal vez fue por eso su respuesta—. Me hizo el típico cuestionario que te hacen para saber tu problema, pero ninguna pregunta encajaba con el dilema que yo traía, por lo cual Cecilia me dijo ya en un tono hartante «a ver, nene, me podés decir que te pasa”, a lo cual yo respondí, “mire Cecilia, yo hace tiempo vengo conociendo a una persona, la cual me prometió muchísimas cosas, pero no cumplió ni una siquiera, alejándose y dejándome destruido emocionalmente , quería saber si se podía hacer algo».
Ni bien termine mi relato, se escuchó como Cecilia estallo de la risa, hasta llegue a escuchar como golpeaba la mesa, mientras largaba una carcajada largísima. Luego de unos minutos de risa, Cecilia decidió contestarme y dijo: «Escúchame, nene, este departamento no se encarga de eso. Te derivo con Ricardo, seguro te va a poder ayudar».
Yo totalmente ilusionado ante esta respuesta. Obviamente, si bien se rió de mí, no me molesto debido a que encontró una solución a mi problema; al fin la justicia podrá tomar cartas en el asunto, pensé yo. Qué iluso e inocente de mi parte, será eso lo que me trajo hasta acá.
Luego de otra vez escuchar aquella música de ascensor, Ricardo me atendió. No llegué a decir una palabra, que el operador habló primero y dijo «¿Vos sos el tonto que llama por eso de las ilusiones»? Si contesté yo, y otra vez lo mismo, Ricardo no paraba de reírse mientras hablaba con sus compañeros, no solo me sentí expuesto sino también humillado, aunque siendo sincero me sentía igual que con esas promesas e ilusiones. Y no sé por qué, por una de esas cosas del destino, Ricardo, sin querer apretó algún botón y me derivo. Volvió a sonar esa música de ascensor, pero esta vez fui interrumpida por una voz que dijo «Hola, soy Eduardo de defensa al consumidor, tengo 67 años y en qué lo puedo ayudar», yo me presente cortésmente, al ver que se trataba de una persona mayor, esperaba la misma reacción que los anteriores, le conte mi problema, y él reaccionó soltando un leve suspiro. En mi cabeza pensé, uhhh, de nuevo la misma situación, otra risa más, y ya preparado para lo peor, Eduardo dijo: «La culpa no es tuya, querido, todo compramos cuando nos venden pescado por liebre, digo quien en su vida no quiere lo mejor para él». Es obvio que te vas a ilusionar y aferrar a esa persona que te promete e ilusiona, y más cuando las promesas son esperanzadoras”
A lo que yo atine a contestarle «Pero Eduardo,,,», pero rápidamente me interrumpió y dijo:
«Pero Eduardo, nada, la culpa no es tuya, y aunque por más que te duela no hay denuncia alguna o algo que se pueda hacer al respecto, por más injusto que te suene esto es así».
Y aunque no me haya gustado el hecho de que no se pueda hacer nada, la respuesta de Eduardo me ayudó a darme cuenta de que yo no tenía la culpa; entonces, ya cuando me estaba despidiendo y agradeciendo el consejo, soltó una frase que me hizo entender todo.
«Y escúchame, querido, quiero que recuerdes algo a futuro»: «Quienes venden ilusiones no pagan los precios de la desilusión».
Y ahí lo entendí todo, hasta llegué a entender tu punto de vista, algo que jamás pensé llegar a hacer. Cuando vendes ilusion desesperacion te espera, el hecho de alejarte para no lastimarme aunque sin darte cuenta todo conduce a lo mismo, ¿será que todos los caminos ¿Conducen a Roma? ¿Será que las calles de Roma están cambiadas y ahora solo me esperan callejones de desilusión y dolor? …
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