(La Herencia Del Mal)

(La Herencia Del Mal)

Enmanuel Colón

22/07/2024

La Herencia del Mal

En el tranquilo pueblo de Oakwood, en el año 1960, la iglesia de San Andrés era un lugar de paz y devoción para los habitantes. Sin embargo, detrás de sus muros centenarios se ocultaba un oscuro secreto. Una secta de satanistas, conocida solo por unos pocos, que se reunían en las sombras de la noche, planeando sus rituales macabros.

Una noche de luna llena, la secta realizó el ritual más terrible que Oakwood había presenciado. En el altar de la iglesia, sacrificaron a una inocente niña, cuya sangre derramada invocaría según ellos, el poder del mismísimo Lucifer. Los ecos de sus cantos siniestros resonaron por los pasillos de piedra, mientras la joven vida de aquella niña, se extinguía entre súplicas ahogadas y la oscuridad que se cernía sobre el lugar.

Años después, en el cambio de milenio, la iglesia de San Andrés fue transformada en un internado para niñas, dirigido por un grupo de monjas devotas. Con el paso del tiempo, el recuerdo del terrible suceso se desvaneció entre las generaciones. Sin embargo, las sombras persistían, impregnadas en las piedras antiguas y en los rincones olvidados del edificio.

Las noches en el internado eran tranquilas, pero no para todos. Algunas de las monjas empezaron a notar fenómenos extraños: voces susurrantes en los corredores vacíos, sombras que se movían en las paredes y la sensación de ser observadas en todo momento. Los niños, ajenos a los misterios que envolvían el lugar, comenzaron a contar historias de encuentros con figuras pálidas que vagaban por las habitaciones en la oscuridad.

Una de las monjas, la hermana María, una mujer de fe inquebrantable, empezó a investigar los sucesos inexplicables. Descubrió antiguos documentos en los archivos de la iglesia que hablaban de los rituales satánicos realizados décadas atrás. Horrorizada, comprendió que algo había sido despertado por aquellos actos de sacrificio.

Las noches se volvieron cada vez más angustiosas. Los sacerdotes que visitaban el internado comenzaron a experimentar fenómenos sobrenaturales: crucifijos que se volteaban solos, cánticos en latín que resonaban en la capilla sin que nadie los hubiera entonado y una presencia maligna que parecía acechar en cada rincón oscuro.

Finalmente, una noche de tormenta, la hermana María decidió enfrentar directamente a la entidad que habitaba el internado. Con valentía, se adentró en los pasillos oscuros, llevando consigo un crucifijo y un libro de oraciones. En el corazón del edificio, se encontró cara a cara con una sombra retorcida que emanaba odio y malicia. Con una oración desesperada, invocó el poder divino para sellar el mal que acechaba en aquel lugar desde hacía décadas.

 A pesar de que la hermana María logró sellar momentáneamente la presencia maligna en el internado de San Andrés, el mal no descansaba fácilmente. Con el tiempo, los rumores sobre los sucesos inexplicables en el internado de monjas se esparcieron por todo Oakwood. La gente del pueblo comenzó a evitar pasar cerca del internado después del anochecer, temerosos de los susurros fantasmales que se decía que aún resonaban en sus pasillos.

A medida que pasaban los años, los eventos paranormales en el internado se intensificaron. Las monjas que habían sido testigos de fenómenos sobrenaturales empezaron a mostrar signos de agotamiento y temor. Algunas incluso afirmaron haber visto apariciones de la niña sacrificada, con su rostro pálido y ojos vacíos, vagando por los jardines en la oscuridad.

Los sacerdotes que visitaban la iglesia para oficiar misas especiales y ceremonias religiosas también comenzaron a experimentar encuentros inquietantes. Durante las oraciones, a veces escuchaban risas malévolas que parecían surgir desde el altar mismo. Las velas se apagaban sin razón aparente y la sensación de ser observados por ojos invisibles llenaba el aire espeso del internado y de la iglesia.

La hermana María, a pesar de haber intentado sellar el mal, sentía que su tarea aún no estaba completa. Investigó más a fondo en los archivos antiguos y descubrió referencias a un ritual de exorcismo que se había llevado a cabo una vez en la iglesia, siglos atrás. Decidió que era hora de convocar a un experto en fenómenos paranormales para enfrentar el mal de una vez por todas.

El Padre Tomás, un renombrado exorcista, llegó a Oakwood con la intención de purificar la iglesia de San Andrés que fue convertida en el internado para niñas . Con él, trajo reliquias sagradas y libros antiguos de oraciones que habían sido utilizados en exorcismos a lo largo de los siglos. La noche elegida para el ritual fue una noche fría de invierno, cuando la luna llena brillaba sobre el campanario gótico de la iglesia.

El ritual fue largo y arduo. Los gritos guturales de una presencia demoníaca resonaron por los pasillos mientras el Padre Tomás recitaba las antiguas palabras de exorcismo. La hermana María y las otras monjas observaban con mezcla de esperanza y temor desde una distancia segura, sabiendo que estaban presenciando una batalla espiritual que determinaría el destino del internado y de la iglesia misma.

Al amanecer, cuando el sol comenzó a filtrarse tímidamente por las vidrieras coloreadas de la iglesia, un silencio solemne descendió sobre el lugar. El Padre Tomás emergió finalmente del altar, con el rostro cansado pero sereno. Anunció que el mal había sido expulsado de la iglesia de San Andrés. Las monjas se abrazaron entre sí con alivio, sintiendo una paz que había eludido al lugar durante décadas.

Desde entonces, el internado fue cerrado y la iglesia de San Andrés abandonada. Los habitantes de Oakwood prefieren no hablar del oscuro pasado que yace bajo los cimientos de aquel edificio centenario. Sin embargo, las cicatrices de aquella época de terror permanecen grabadas en los corazones de quienes fueron testigos de la verdadera naturaleza del mal.

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