El fin de la libreta roja

El fin de la libreta roja

Clara López

18/07/2024

No puedo ofrecer una explicación clara de lo que significa la Libreta Roja. Es la primera disculpa que ofrezco como compiladora de este escrito. Suena extraño, hacer una compilación de una Libreta Roja cuando se ignora qué es. Tan solo puedo ofrecer un breve resumen de una en particular que, a mi juicio, fue fantástica de principio a fin.

No obstante mi incomprensión, intentaré hacer una descripción de lo que es, según he podido deducir de lo observado. Aquellos que sepan lo que significa una Libreta Roja, ya sea por experiencia propia, ya sea por experiencia ajena, encontrarán este fútil intento vano, pues sabrán que una Libreta estérilmente puede ser descrita y analizada. Sólo puede ser vivida.

Así pues, una Libreta Roja simboliza pasión. No una pasión cualquiera; una que trasciende las barreras de lo observable a un extremo más allá de los sueños…o al menos ese es su objetivo. En un principio, es tan sólo una distracción agradable rondar por entre sus páginas e impregnar en ella las primeras palabras que nombran lo etéreo. Con el redoblar de las páginas la pasión comienza a nacer, cuando las palabras se deslizan armoniosamente y van creando vida, nacida con el alma misma del autor que dentro de la Libreta Roja va plasmando sus latidos, comenzando a confundir su propio existir con el que habita tan sólo en páginas quebradizas y vacilantes, que tan pronto cederán a la pluma, que con un respiro les da vida, como cederán a la llama que, con una lágrima, les dará muerte.

De esta forma, en un momento inmemorable e imperceptible, aquél dueño de la Libreta Roja se convierte en esclavo de la misma, perdido y enamorado inevitablemente de la pasión que ahora se convierte en obsesión y que todo lo consume. la Libreta Roja, simplemente, se convierte en toda razón, pérdida de existencia del antes autor y ahora, inexplicablemente, creación misma de la Libreta Roja

De la Libreta Roja que en cuestión nos concierne, es necesario hacer una breve introducción para que se pueda observar, de esta forma, el por qué, en este caso en particular, logró apropiarse de esta Vida y de sus Respiros al momento en que la Luna obsequió tal Libreta Roja, misma que más tarde le traicionaría impensablemente.

La primera vez que la Luna
y ella se encontraron fue hace ya mucho tiempo, cuando las heladas ventiscas de invierno significaban más que  sólo el cambio de temporada. Aquella vez, lo recuerdo vagamente, se encontró frente a la Luna buscando una respuesta, desesperada al sentir que algo de su mundo perfecto se resquebrajaba. Fue entonces cuando la Luna la miró tiernamente y, abriéndose paso entre el negro velo que la cubría, dulcemente le dijo “No llores más, no estás sola; al otro lado del muro habrá una mano que tome la tuya y te salvará de tu desasosiego.”

La respuesta ofrecida, en un primer momento fue cuestionada ¿cómo podría enmendarse una vida que tanto había deambulado sin sentido ni razón? Transcurrido lo necesario, la respuesta que la Luna le concediese sería no sólo aceptada como verdad, sino transformada en Razón, en la única que existiera por entre los velos del mundo gris que luchaban por imponerse.

Así se iniciaron las páginas de la Libreta Roja. Primero con desconfianza, después con anhelo de que la duda fuese desmentida, y finalmente con júbilo por ver lo tangible, lo saboreable, lo deseable de la respuesta otorgada por la Luna. Mas, conforme se fuera transitando por entre las páginas y los renglones, por entre las palabras y las oraciones, por entre lo vivido y lo impreso en la Libreta, el júbilo, transformado en Razón, permutó. Y al permutar, se engendró, inevitablemente, su final.

La Razón fue cediendo débilmente, renuentemente, al placer que la respuesta le hubiese traído, a la obstinación de que fuese su salvación, a la ofuscación de la mente de aquélla que escribía, a la aprehensión de la realidad creada dentro de su Libreta, a la suspicacia del mundo que le rodeaba, al recelo de quienes no le alababan, a la aversión de lo que no se encontrara dentro de las páginas de la Libreta, a la animadversión de aquello que no embonase dentro de su creación perfecta…

Así comenzó todo, y sólo tal se necesita para entender la Libreta Roja, o para no entenderla jamás. La pasión dentro de ella contenida no es ajena a nadie, tampoco lo es la pregunta ¿qué sucede cuando las páginas se acaban?, mas lo que es en verdad o el poder vislumbrar la extensión de su significado, son respuestas que posiblemente nunca lleguen a ser posesión de ninguno de nosotros.

Dejo esa réplica a cada quien y me limito, simplemente, a transcribir las páginas de un diario que, si bien alguna vez fue atesorado, ahora yace empolvado, enmohecido y prácticamente ilegible. Simplemente olvidado. O abandonado.

NOTA DE LA COMPILADORA: alguna vez esta libreta fue larga y extensa, repleta de maravillosas historias, de sabiduría y verdad, de belleza y aventura. Fue la intención de esta compiladora incluir todas estas riquezas aquí para que el mundo pudiera regocijarse con el resplandor que emitía y que así pudiera de nuevo encontrar la paz y felicidad que alguna vez tuvo…pero inexplicablemente esta parte soñada de la Libreta Roja ha desaparecido; fue consumida por un fuego invisible que la devoró lentamente, hasta que no quedó nada más que las cenizas de lo que alguna vez fue y esta confesión que aquí transcribo de cómo termina una vida creada para alcanzar el horizonte lejano que la Luna
radiante promete cada noche…

Última nota

Hay algo que me presiona el pecho y no me deja respirar, no me deja existir. Me toma por la espalda en los momentos menos esperados y lentamente, pacientemente, toma todo mi aire, todo mi ser, sin dejar una gota para poder seguir al momento que se viene apresurado por el ayer que deja de existir.

Deseo un amor que no es mío para poseer. Anhelo una vida que hace mucho se escapó de entre mis manos, deslizándose suavemente en la luz ardiente del Sol que disipa toda fantasía y magia. Añoro la profundidad de los poetas, la sabiduría de los filósofos y la tranquilad del mar que se mece eternamente bajo el infinito cielo nocturno. Sueño con encontrar el camino que hace mucho se perdió en la niebla del ayer. Lloro desahuciada por encontrar de nuevo la Razón que me impulsó a seguir. 

Pronuncio la Palabra
que me liberará sin escuchar más respuesta que el eco de las pisadas del ayer. Rezo por la mano que me sacará de este abismo sabiendo que no hay nadie del otro lado para rescatarme. Más que nada, más que todo, daría los pocos momentos que tengo de aire por recordar, tan sólo por un instante, cómo se siente respirar la Libertad, dejar atrás el Miedo, abrazar la Felicidad, tomar de la mano a la Paz, encontrar en mis ojos la Razón y el Camino, conocer la Palabra que acaba con el vacío y hablarla; por tan sólo un instante, un instante cualquiera, volver a encontrar el camino que me llevé a lo más profundo de la Vida, y encontrar dentro de ella de nuevo, al amigo, al amante, al mago, al maestro, a lo que necesito para de nuevo poder seguir adelante.

Fue ya hace muchas noches cuando la Luna
me vio mandar mi deseo al aire frío de noviembre “Deseo volver a casa para las festividades de fin de año.” La respuesta inmediata fue “no” y apresuradamente vino la segunda avalancha que significaría mi fin. Aún así, algo más allá del orgullo, de los ideales, de los valores, de la arrogancia, de la fe incluso, me mantuvo de pie frente a la Luna
helada de invierno, llorando por creer que mi deseo sería concedido.

Pasó el invierno, y poco a poco el calor de la primavera fue entrando a ésta, que se ha convertido en mi prisión y mi resguardo; la Luna siguió en silencio. Mas algo cambió, en instantes breves escuché un leve murmullo en el oído; quedó como un suspiro y en un lenguaje perteneciente a un mundo más allá de éste. Fue en momentos como aquellos que logré abrir los ojos y la luz del Sol dejó de cegarme, logré incluso, ver un poco más allá del horizonte lejano de la cueva. Momentos tan solo, rápidamente acabados por la punzada en lo profundo de mi alma recordándome que todo mi mundo se había derrumbado y estaba parada en las cenizas del ayer. Sí, sólo momentos, pero fue suficiente para seguir aquí.

Con el cálido cielo de Verano llegué al final del puente que hace tanto comencé a cruzar y cuyo final significó el mío. Puse al fin un pie del otro lado y tomé las cenizas de mi mundo destruido en la mano, y se las ofrecí al mundo del ayer. La Luna
seguía sin respuesta alguna, pero los suspiros del viento ahora me ofrecían melodías cautivadoras y hechizantes que, aunque sea por un momento, de nuevo me hacían sentir que en verdad había un corazón latiendo dentro de mí. “Sí,” pensé, “esta vez mi deseo tendrá respuesta y encontraré mi hogar cuando irrumpa la primera helada del Invierno.” Y con esta esperanza me aventuré más allá del puente, a un sitio que nunca tuvo lugar en mis recuerdos del futuro.

Al llegar el Otoño los murmullos del viento callaron y la Luna se escondió tras un velo negro y brilló mortalmente sobre los demonios escondidos en las sombras. Lejos de mi hogar, lejos del puente, comencé a olvidar cómo había sido mi vida anterior. 

Así, se perdió entre le vigilia y el sueño la pradera verde que en el fondo sabía no volvería a ver. Sin recuerdos, sin anhelos, sin esperanzas, sin fe, comencé a vagar en el silencio ensordecer del Otoño, con la punzante noción de que la Luna
de nuevo olvidaría mi deseo y le mostraría el camino a los demonios que se esconden entre el fue y el nunca será. 

Así seguí vagando, sin más lagrimas que llorar, sin más recuerdos que el que dejó el vacío que ahora lo es todo, comenzando a entender que ahora éste sería mi mundo; que al fin había agotado la última página de la Libreta Roja y que no quedaba sitio alguno en donde escribir mi historia; sabiendo que está condenada a vivir entre el último renglón y la contraportada de un relato que había acabado hace mucho, mucho antes de que la Luna ignorara mi deseo por primera vez.

Los vientos helados de invierno llegan de nuevo por el horizonte que se oscurece, anunciando una nueva muerte y una nueva vida. La Luna muda me mira, me mira sin respuesta, sin importarle que debajo del manto de estrellas mi voz se quiebre en llanto y desolación.

Sin más lagrimas en los ojos, la observo atentamente. La Luna ya no tiene voz, no tiene brillo en su mirar, no tiene armonía en su rostro, la Luna ha perdido su esencia. La miro y descubro en ella, no al consuelo ni a la esperanza que antes encontré; ahora, es tan sólo un cuerpo gélido y sin vida pendiendo entre un mar de estrellas, y entonces comprendo: los demonios de las sombras se han llevado mi asombro, mis ilusiones, mi capacidad de encontrar la vida en algo que no la tenía y de soñar con que un día la luz de la Luna estaría entre mis manos y alumbraría mi camino; comprendo, al fin, qué fue lo que alguna vez llenó el vacío.

Hubo una vez en que sabía que una Palabra podía construir lo que había sido quebrantado, en que tenía la certeza de que una sonrisa podía cambiar años de amargura, que una mano era suficiente para salir de un abismo sin fondo, que una historia podía completar una brecha y que, dentro de un cielo sin fin, detrás de los párrafos y oraciones y tras un río de plata, existía la Razón y Sentido del día a día, lo suficientemente fuertes para jamás sucumbir a los horrores y cambiar lo inevitable. Hubo un momento de fe y de ser, hubo un momento en el que podía encontrar todo lo necesario para seguir adelante. Hubo ese momento, es cierto.

Al mirar hoy a la Luna
sin rostro, sin magia, sin esencia, me doy cuenta de que es momento de destruir mis castillos, matar a mis sabios dragones, hundir mis libros de magia y desterrar a mis magos, dejar en libertad la estrella fugaz que alguna vez capturé, y dejar que la niebla cubra aquella tierra distante que todos conocemos entre la vigilia y el sueño.

Hoy la Luna sin mirada me ha enseñado que no hay esperanza, ni magia, ni sentido, ni razón; no existe el horizonte lejano, ni el amor que trascienda todas las barreras, ni una mano que nos rescate y nos muestre la belleza de la vida.

Hoy la Luna sin sonrisa me ha explicado que no hay respuesta ni palabra; sólo un cuerpo opaco, sólido, flotando en el vacío en eternas revoluciones alrededor de otro cuerpo sólido sin vida, iluminados ocasionalmente por la transformación luminosa de hidrógeno a helio de otro cuerpo astral que, no dentro de mucho, habrá de sucumbir a su destino también, y dejará de existir en un universo tan vasto que no celebrará ni extrañará su ausencia. Simplemente no será notada.

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