Romina acaba de finalizar la escuela secundaria. Vive angustiada sintiéndose presa en la casa de sus padres, siendo testigo del maltrato físico y verbal entre ellos, y víctima del mismo en reiteradas ocasiones. Cada noche, sueña con tener una familia feliz, como en los cuentos de hadas, una familia que no se parezca en nada a la suya.

Su único consuelo es la literatura, es para ella un mundo paralelo, su cable a tierra y su pasión. Amante de Julio Cortázar, posee en su biblioteca la colección entera de sus novelas. Cada vez que sus padres pelean, para no escuchar sus gritos, se encierra en su habitación, pone un disco de Spinetta y agarra alguno de sus libros, olvidándose, aunque sea por unos instantes, de toda la miseria que la rodea.

Romina siempre tuvo claro que iba a estudiar la carrera de letras, y actualmente se encuentra realizando el cursillo de ingreso. Está realmente motivada y, más allá de los cuestionamientos de sus padres para que eligiera una carrera tradicional como medicina o derecho, ellos decidieron apoyarla económicamente en este aspecto, lo que le brinda un poco de aire entre tanta tormenta.

Una noche, mientras Romina estudia en la cocina y su mamá ve televisión en la habitación, ambas se alarman al escuchar un fuerte ruido proveniente de la calle. Salen disparadas y ven el auto estampado contra el portón de la casa, con el capó y el paragolpes completamente destrozados. Observan a Luis, su padre, descender del vehículo totalmente ebrio, maldiciendo e insultando a todo y a todos. Estela, su madre furiosa, agarra una valija y empieza a guardar su ropa, diciéndole a su esposo que está harta y que se va a la casa de su hermana. Romina intenta leer, pero los gritos son aterradores. Cuando oye el grito de dolor de su madre, vuelve y abre la puerta, viendo la ropa desparramada por todos lados y a su padre fuera de sí, tomando del cuello a Estela, a punto de golpearla. Al Abalanzarse sobre él, es ella quien recibe el golpe, cayendo al piso asustada. En ese momento, se oye la sirena de policía, Romina abre la puerta e ingresan tres oficiales que con mucha dificultad logran esposar a Luis. Estela, aterrorizada, prefiere no declarar y le pide a Romina que no diga ni una palabra.

A la mañana siguiente ambas deciden ir a la comisaria. Estela, sometida por su marido, piensa que será peor no hacerlo, ya que Luis tiene muchos contactos políticos y tarde o temprano lo dejarán libre. Durante algunas semanas, la convivencia se torna tranquila, hasta que vuelven las discusiones habituales. Romina ya ha decidido irse y busca trabajo sin que nadie lo sepa.

En una reunión familiar, Romina conoce a un primo segundo, Sebastián, a quien recuerda escasamente haberlo visto cuando eran niños, y sienten una chispa al instante. Empiezan a verse frecuentemente y se enamoran, ocultando el romance a todos los familiares. Romina ve en Sebastián la oportunidad de escapar y le propone vivir juntos, a lo que él acepta. Engaña a sus padres diciéndoles que ha encontrado trabajo de mesera y que se mudará pronto, apenas consiguiese departamento. Sus padres no se oponen, aunque se sorprenden por la rapidez de la noticia.

Romina sale de su casa temprano todos los días para simular ir al trabajo, cursa la facultad a la tarde y pasa el resto del tiempo en la biblioteca o en casa de Sebastián. Deciden esperar tres meses para vivir juntos. La violencia sigue siendo parte del día a día en su casa, pero a Romina ya no le afecta como antes, solo piensa en Sebastián y en la vida que construirán juntos. Finalmente, les dice a sus padres que ha encontrado un departamento amueblado y se muda.

Al poco tiempo de vivir juntos, a Sebastián le ofrecen un trabajo bien remunerado en otra ciudad. Le comenta la propuesta a Romina, aunque dudosa por tener que dejar la facultad, acepta mudarse con la promesa de construir una familia feliz. Es joven y tiene toda la vida por delante para estudiar.

Días antes de irse Romina le cuenta toda la verdad a su madre, excepto la verdadera identidad de su novio. No quiere despedirse de su padre por temor a su reacción. Le suplica que la cubriese y sea ella quien le de la noticia, a lo que Estela accede. Romina no da más detalles, ni si quiera el nombre de la ciudad. Solo promete comunicarse una vez establecida para que supieran que está bien.

Ya instalados, Sebastián se la pasa trabajando mientras que Romina pasa el día leyendo y escuchando música, sin buscar trabajo porque él le dice que no es necesario. Poco a poco Sebastián conoce gente a través de su trabajo y llega a casa tarde porque se queda en un after office o jugando al futbol. Romina necesita hacer algo para sí misma, se siente sola y arrepentida de haberse mudado, ya que Sebastián nunca la incluye en sus actividades sociales, prefiriendo separar el trabajo del hogar. Los fines de semana es su único consuelo, donde comparten absolutamente todo.

Los primeros meses transcurren de esta forma, hasta que Sebastián comienza a salir de fiesta continuamente, lo que genera tensiones y discusiones frecuentes. Cansada de su aburrimiento, Romina decide buscar trabajo y es contratada en una panadería cerca de su casa. Feliz, le cuenta a Sebastián, pero él responde con indiferencia “hace lo que quieras”. Se sintió tan rebajada e intimidada que deseaba llorar, pero se contuvo, de ahí en más decide enfocarse solamente en su trabajo. Ambos están tan ocupados que comparten poco tiempo juntos, excepto para descansar. Romina aprovecha los fines de semana para relajarse, sin importarle mucho lo que Sebastián haga.

En una de sus salidas, Sebastián llega borracho, lo que recuerda a Romina la imagen de su padre. Intenta borrar ese recuerdo y dejar pasar la situación. Sin embargo, una semana después, vuelve a ocurrir. Esta vez, Sebastián está tan excitado que insiste en hacer el amor. Romina se niega y le pide que se duche, pero él sigue insistiendo hasta que ella le da una cachetada. Sebastián responde de la misma forma, pero luego se disculpa, suplicándole que nunca volverá a ocurrir. Hacen el amor, pero ella solo puede pensar en la violencia que la persigue a todas partes, como si fuese un cáncer perteneciente a toda su familia, el cual corre por la misma sangre.

Desde ese día la relación comienza a desmoronarse. Romina siente que duerme y comparte el hogar con un extraño. Sebastián la ignora y solo muestra cariño cuando quiere sexo. Las noches de fiesta y ebriedad aumentan, y Romina simula dormir para evitar ser molestada. Una tarde, encuentra una bombacha en el maletín de Sebastián. Aunque quiere gritar, se contiene, el corazón se le rompe en mil pedazos, esto la destroza, sintiéndose humillada y manipulada. La oscuridad se apodera de su vida, chocando con la ilusión de que por fin tendría su familia de ensueño y cuán lejos de la realidad se encuentra.

Su trabajo en la panadería es su único escape, pero cae en una depresión. Ya no siente ganas de leer ni de escuchar música. Decide regresar a su ciudad y retomar sus estudios en la facultad de letras. Le informa a su jefa que va a dejar el trabajo y comienza a planear su partida.

Una mañana, mientras Sebastián está en la empresa, Romina empaca algo de ropa, algunos discos y libros, deja una nota diciendo “Me fui para siempre, perdón” y se dirige a la terminal de ómnibus. Apaga y desarma su teléfono, arrojándolo a un inodoro. Sabiendo que Sebastián la va a ir a buscar, compra un pasaje a la capital, lo guarda en el bolsillo, sube a un taxi y le pide al conductor que la lleve lo más lejos posible.

Sebastián encuentra la nota y, después de llamarla sin éxito, asume que Romina ha regresado con sus padres. Va a la terminal y descubre que ella ha tomado un colectivo hacia la capital. Decide no llamarlos, creyendo que volverá pronto, que necesita algo de espacio y tiempo para reencontrarse con sus raíces.

Pasan tres semanas y Romina no regresa. Sebastián, preocupado, decide hablar con Luis y Estela personalmente. Viaja a la capital y al llegar se da cuenta que Romina no está. Les cuenta toda la historia y, aunque comprenden la situación, le dicen que siga con su vida, ya que su hija no volverá.

Un año después, Sebastián convive con Florencia, su nueva pareja. Ya no bebe ni sale de fiesta, es una persona completamente nueva. Jamás le contó nada de su historia con Romina. A Veces llama a sus padres para obtener noticias, pero sin novedad alguna. Luis y Estela han intentado por todos los medios encontrar a su hija sin éxito, resignándose a creer que ha muerto.

Una tarde, Luis y Estela reciben una carta diciendo “Estoy bien, pronto nos veremos” con la letra y firma de Romina. El alma les vuelve al cuerpo, van a la oficina de correo y les informan que la carta ha sido enviada desde la ciudad donde vive Sebastián. Se comunican con él contándole la noticia, los tres reinician la búsqueda, sin saber que Romina ha dejado muchas cartas idénticas a una amiga de la panadería, pidiéndole que esperase un año y luego las enviara periódicamente.

El tiempo pasa y no aparece ni hay novedades, sienten estar buscando un fantasma. Si Romina está viva o muerta, realmente prefieren saberlo y no vivir de esta manera. Una tarde al volver de trabajar Luis encuentra a Estela muerta, colgada de una soga en su habitación. Completamente en shock, saca su pistola del armario y se dispara en la cien, muriendo en el acto. Sebastián se entera de la tragedia y comienza a asistir a terapia, no quiere que la situación le afectase al punto de enloquecer.

Cuatro meses después, Sebastián regresa de trabajar y casi se le sale el corazón por la boca al ver a Romina sentada en la cocina. Ella ha cambiado, posee un aire de misterio y frialdad. Le dice que haga las valijas porque ahora la casa de sus padres le pertenece. Sebastián comprende que todo ha sido un plan para deshacerse de ellos. Finalmente serán libres, eternamente libres y enamorados. Sebastián escribe una nota: “Me fui para siempre, perdón”.

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