Quiero empezar por denotar mi presente tendencia a pensar en mi conclusión. Debido a las debilidades. A las anécdotas indeseadas. Al futuro abrumador.
Todo no se reduce a algo. No puedo etiquetar tantos sentimientos en un significado. Más que hacer recuentos no me queda mucho por hacer que esté al liviano y apurado alcance de mis desganadas manos, las que, sintiéndose indignadas de mucho, expresan algo con lo poco de cordura en reserva para ayudar a entenderme a quienquiera que intervenga con sus sentidos en ésta u otras expiaciones que transmutan de internas a externas en palabras y escritura.
Una etiqueta: fracasado. La oí poco de otros pero mucho de mí para conmigo. Día y noche creo motivos, caminos al mismo destino: verme como un fracasado.
Dejo que esa culpa me invada, callando al mundo con mis auriculares y música melódica, la que exprime mi alegría hasta que no queda nada. Luego se marcha, dejándome a solas con mis pensamientos. La luna recorre su camino celestial habitual a la par temporal de mis recuerdos, atormentando mi juicio entre el silencio y la oscuridad.
Son ciertas éstas verdades mías que odio.
Ya busqué sentir gloria en el amor.
Fracasé.
Intenté cambiar mi conducta asquerosa.
Fracasé.
Quise aprender de mis errores y madurar.
Fracasé.
Hubiera preferido no sentir miedo por tantos años, pero fracasé.
Prometí y no cumplí. Me juré y me fallé.
No podía permitirme ser un monstruo, de los que tan alejado me vi de pequeño.
Fracasé.
Anhelar tanto no ser un desastre fue la primer ficha en el dominó de la razón y el sentimiento que causó verme como un fracasado.
¿Qué hago con esto?
¿Qué se supone que haga con éste tornado de problemas, trastornado con dilemas, escondiéndose en poemas, vomitando oscuros temas?
Más que eso… no puedo hacer más que eso.
Me limito a contar mi historia ya que es lo único cierto en lo que no puedo fracasar ya que está en el pasado y ojalá el pasado se pudiera cambiar.
Me limito a no hacer nada más que expresarme. Inmóvil. Renunciando a la fe. Desertando del accionar. Evitando así extender el contenido de historias de mis errores condenatorios.
El miedo me jugó un juego en donde yo no era su oponente, solo su ficha.
El viejo pasado, quien es lento y siempre queda atrás, el mismo que puede ser cruel y a la vez sabio, hizo un trato con la humillación para que me acompañara de por vida ya que él no podría. Sólo viviría en mis memorias. Cada vez más habituales que ocasionales.
Y ahora… ahora solo queda ésta parte de mí. La que teme lo venidero por el antaño. De la que no se persive gracia en su andar. Con un rostro permanentemente oscuro, de sonrisas prófugas y reconocido por su ausente color vital, observa cada paso que da. Con precaución extrema de no dar pasos en falso. Se dificulta hacerlo mientras quiero seguirle el ritmo al tiempo.
Se le hace cuesta arriba la normalidad al cabizbajo.
Ésta vez no hay cierre. Mi relato no acaba como no acaba mi fracaso.
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