Marcos es un joven ciego que vive en el centro de la ciudad. Reside solo y trabaja a dos horas de su casa. Cada día, al levantarse, encuentra la ropa que necesita preparada desde la noche anterior. Sin embargo, sus habilidades para planchar dejan mucho que desear. Durante su tiempo en la escuela para ciegos de su distrito, Marcos solía saltarse las clases de manualidades y tareas del hogar para practicar el piano. Por esta razón, su vecina, doña Ana, se encarga de plancharle la ropa que necesita para la semana, un servicio por el que Marcos le paga religiosamente.
Desde que comenzó a trabajar, Marcos se dio cuenta de que no iba a poder tener lista su ropa de oficina, ya que no sabía planchar. Fue así como conoció a doña Ana, quien le ofreció plancharle la ropa de la semana a cambio de un pago. Desde que Marcos comenzó a laborar, pudo asegurarle a doña Ana un monto fijo, aunque pequeño, por el servicio de planchado.
Doña Ana no solo ayuda a Marcos. Desde la muerte de su esposo, ha tenido que hacerse cargo de su casa y sus hijos, apoyándose únicamente en una vieja máquina de coser y mucho empeño. Con este trabajo, ha logrado sacar adelante a sus tres hijos, remendando, cosiendo y haciendo todo aquello que sus manos le permitan.
Cada mañana, doña Ana se encuentra con Marcos cuando él sale de su casa. Un breve «buenos días» y un «hasta la tarde» es todo lo que intercambian. Después, Marcos se dirige a la parada de autobús. Tres calles antes de llegar, hay un semáforo que lleva más de cinco años sin funcionar. Marcos espera allí a que alguien le ayude a cruzar, y siempre tiene la suerte de encontrarse con Gerardo.
Gerardo es un habitante de la calle. Hace años, cayó en varios vicios: le gustaba apostar y beber en exceso. No pasó mucho tiempo antes de que perdiera su casa, a su esposa y a su hija. Hartas de sus vicios, ambas se mudaron de ciudad y lo abandonaron. Desde entonces, Gerardo pasa sus días pidiendo dinero o comida para subsistir. A pesar de su situación, todos los días ayuda a Marcos a cruzar la calle. Casi nunca recibe nada a cambio, y cuando Marcos le ofrece dinero, Gerardo a veces lo acepta y otras lo rechaza, pero nunca lo ayuda esperando algo a cambio.
Después de ser ayudado por Gerardo, Marcos toma el autobús hacia su oficina. Este lo deja frente a las instalaciones de su trabajo. Allí pasa el día, y por la tarde, su jefe, Mauricio, siempre le ofrece un aventón. La esposa de Mauricio da clases en una universidad cercana a donde vive Marcos, por lo que a Mauricio le viene bien llevar a Marcos cuando va a recoger a su esposa.
En esa misma universidad estudia Silvia. Ella se levanta temprano todos los días. Aunque sus clases empiezan a las ocho, pasa cada mañana por la soda de doña Eugenia a tomar un café y comer algunos panecillos o el desayuno del día. Luego, pide a doña Eugenia que le ponga un par de bollos de pan casero en una bolsa. Silvia toma el autobús frente a la soda y se baja en el parque que queda a dos cuadras de la universidad. En su camino, siempre le entrega la bolsa de pan a Gerardo, deseándole un excelente día. Gerardo le da las gracias y le devuelve los buenos deseos.
Gerardo espera cada día la llegada de Silvia, no porque quiera algo de ella, sino porque una vez la ayudó cuando intentaron asaltarla. Desde entonces, se asegura de que Silvia llegue segura a la universidad, y agradecido por el pan que ella le da, se sienta a comerlo cerca de la esquina del parque, justo donde hay un semáforo que no funciona.
En ese mismo sitio, desde que Silvia comenzó a darle pan a Gerardo, él notó que todos los días un joven ciego llegaba a la esquina para cruzar hacia la parada del autobús. Fue entonces cuando Gerardo decidió correr a apoyarlo para cruzar la calle. La primera vez que lo hizo, el joven, llamado Marcos, le dio las gracias y le comentó que, de no haber sido por su ayuda, habría llegado tarde a su primera entrevista de trabajo en años desde que se había graduado…
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