Me recuesto
en la frontera de la noche
en el ápice de este amanecer de invierno.
Muerdo sueños desnudos y hojas blancas
muerdo escombros de estrellas
y un exilio de horas
nocturnas
en un repicar del día seduciendo.
Muerdo
la existencia hasta tocar el verbo.
Tejo de nuevo
un sudario de esperas destejido
bajo claros de luna
y espero tus ojos
sin sequías
y tu soplo
un día nuevo
en una vez más del beso,
todas las veces,
todos los inviernos
siempre.
Me recuesto en el filos de tus labios
cada noche
y mientras duermes
destejo el sudario de lo que ya vivimos
de lo que ya no vuelve
mordiéndo sueños desnudos
en esta hoja en blanco que nos queda
y
espero
siempre espero
que la noche se duerma
para entramar de nuevo
la espera de tus ojos
en el soplo de este aliento
que se alimenta de tu vuelo
en la cópula del verbo.
Espero en el abc de nuestros cuerpos,
una vez
todas las veces
veinticinco inviernos para decir de nuevo
para decir nuestros nombres
en el ápice
de este amanecer
con verbos en la boca.
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