Eran todavía las siete de la noche cuando apareció desde el fondo de la avenida Elías. Tenía los brazos desnudos y caminaba desenvuelto hacia las barras. Al ver rápido que estaban ocupadas por un grupo de chicos que Elías sólo había conocido de vista, se apresuró a subirse y hacer algunos trucos que había aprendido este verano.
Un par de vueltas le bastó para que la fatiga hiciera retroceder su primer impulso y por lo tanto, casi se cayera.
Los demás lo miraron.
—Ha sido toda la tarde de caminata y barras, no te preocupes —le dijo Julián, su amigo.
—Los brazos se me hinchan —dijo bajándose—. Ya siento el poder.
Después de tres o cuatro paralelas, ambos fueron hacia la bocacalle del frente. La luz de las avenidas no se filtraban por ninguna parte a diez metros de haber entrado, y cinco metros después, de un inesperado pasaje ceñido por apagados arbustos, una vieja fantasmal cruzó la calle perro en mano.
Por detrás, Julián fue el primero que escuchó el grito. Después un silbido. Venían cinco o seis figuras; al medio, la silueta de una polera holgada avanzaba con decisión. Agudizando un poco más la vista miró sus ojos serios, la quijada puntiaguda y el puño escondido debajo de las mangas ocres. Fue tarde ya cuando quiso darle aviso, porque de un solo lanzamiento tambaleó a Elías hacia la penumbra de un árbol.
— ¡Qué pasó! ¡Qué pasó!
Cuando terminó de recuperarse, la silueta ya había partido. Seis figuras amenazantes, también desnudas, lo acompañaban.
— ¿Te robaron algo? —dijo Julián, ayudándolo a levantarse.
—Si no tengo nada, so huevón.
Julián imaginó no haberle ayudado, después corrió hacia la avenida para ver con más claridad quiénes eran. Logró tomarle una foto.
—Vamos a RP —dijo Elías.
— ¿Ahora?
—Sí.
—Te hago la taba no más, es tarde.
—Quiero ver quién ha sido.
Volvieron por toda la avenida Quechuas en un silencio sepulcral. Cuando la avenida giraba su cuello directo hacia la panamericana Elías entró hacia un desvío que era paralela a la auxiliar. Se detuvo en unas cuantas cuadras.
Habían llegado a RP.
—Imagino que ya lo habrás visto —le replicó Vara, sentado y con los ojos desquiciados y en una sonrisa desafiante—. Te avanzaron, causa.
Después le mostró el video.
En este aparecía Elías con su bivirí blanco acercándose confundido, después como el zarpazo lo movía hacia el pavimento y después caía cogiéndose el rostro.
— ¡Pa! —Vara repetía el video—. Hasta sonó rico. ¿Qué fue, ah?
—Para eso vine. ¿Lo conoces?
—¿En qué te has metido, negro? —dijo Vara.
Muy rápido miró el celular. Abrió una solicitud de mensaje:
«Te sacaré la mierda», decía Diego Barboza. Él muy rápido aceptó el mensaje: un miedo feroz se apoderaba por todo su cuerpo. «¿Me vas a pegar?», respondió. De un click, después, entró a su perfil: Barboza Diego. Billetes de cien. Grumete tu terror. En su foto aparecía con la polera a medio abrir desde la parte media de su cuerpo, mostrando así los pectorales marcados de un pecho sombrío. Parecía de baja estatura y detrás de él se mostraba pasillos fríos y noctámbulos en un tono verdoso bajo el aura callejera. «… Ya pasado un tiempo y han cambiado las cosas y te seré sincero sigues siendo igual de hermosa’ », leyó Elián. Después se fijó en el numeral y un corazón volteado.
—Ya me enteré —le hizo espabilar Vara—. Eso te pasa por soplón. Por tu culpa Salaverry no tiene caña; le vendiste por un culo, y todavía de su hermana.
—Qué, yo no le dije nada a Miluska.
—No sé, se te habrá salido, pero la gente está palteada…
«Ya verás», leyó y mientras escuchaba a Vara él ponía: ,«Corazón roto, corazón roto; lagrimitas».
«No te quejes, y el puñete que te meteré será más despacio», decía Barboza. «Nada. Yo no me meto con el barrio»
—Envíale screen de lo que dice Miluska. Fácil se apaga con eso —dijo Vara.
«Jajajajajajajaja xx. El puñete será más despacio, entonces»
—¿Por qué le dijiste a tus papás que Salaverry fumaba. Él amigo de Salaverry. Ósea, Barboza me pegó —escribió muy rápido a Miluska. El color del chat era rosa y el rostro sonriente de ella con los ojos cerrados y sin mostrar los dientes aparecía enmarcado bajo un círculo; y revisando Elián, antes, horas antes, se habían intercambiado una barbaridad de corazones.
—Yo le dije a papá. Eran casi las ocho. El bebe me escuchó y le dijo a Salaverry.
—Tamare; por qué le dijiste. Yo pagué las consecuencias… —«Ya déjate de broncas —escribió a Barboza rápido— Hay que llevar la fiesta en paz».
En un pestañeo, Miluska seguía escribiendo; los íconos subían y bajaban de izquierda a derecha.
—Te juro que no sabía nada hasta ahorita que me enseñaron el video. Ay lo siento todo fue mi culpa.
Después miró que su foto de perfil desaparecía.
—Esa perra —Vara negó con la cabeza—. Yo te dije desde un comienzo que ella es bien problemática. Tú también que andas como flaca vendiendo al barrio. ¿No puedes callarte, causa?
«Te daré un besito, ¿ya?». Elián lo imaginó riéndose «Tamare; qué cagón eres. Uno que está tranquilo. Ya, en serio, hay que ser amigos… No me gusta las broncas, en serio».
—No le pidas eso, pe, negro —Vara dejó de ver el celular y se puso a jugar—. ¿Eres tarado? Si está buscando mecha párale, qué chucha le ruegas.
«¿Amigos? Contigo nica. Te pegaré».
«Voy a llamar al rubio Arista; ese loco te atropella»
—Mano, escúchame, él hace rato te está buscando. Dile hora y fecha; si pierdes, fue pe, sales moreteado, pero ya paraste.
«Está bien… pero yo te mataré a ti. Llama a quién sea. Jajajajá. Ojalá tu nariz no este chueca. Yo te la voy a dejar chueca».
Vara había dejado de hablarle. Julián se había ido a casa hace rato, espantado.
«Oe… Si nos peleamos, hay que pelearnos solos; que nadie se meta. A ver quién gana… Ya me llegaste», y apagó el celular.
Salió muy rápido de RP. Las calles lucían aún más sombrías. El miedo se confundía con una efervescencia feroz que nacía desde su vientre; sus venas palpitaban. Al llegar a Hermes un automóvil que aceleró en la curva le hizo espabilar. El teléfono vibraba. No quiso responder. Después habría que llegar a Sicuani. Miraba, una esquina antes, los edificios que se alzaban desde su visión. Estaba en la caseta del serenazgo, donde un par de uniformados jugaban a los naipes. Suspiró cansado. Y miró con detenimientos las diferentes luces que emergían del fondo del edifico, entre un sabor neón, morado, rojos, relevando las distintas intimidades que muchas veces escuchó en madrugada. Ahora cruzaba Separadora y adentrándose suavemente por la pista se deslizó como una fiera muy rápido y sin ver a nadie. Algunos vecinos, con su rostro henchido de alcohol, lo reconocieron. Había una fiesta en la esquina, una parrilla y alrededor varias cajas de cerveza; eran ya las ocho y la noche comenzaba a encenderse en su barrio; sombría y didáctica, aparecía desde el fondo de los pasajes y bocacalles, entre basura luminosa y sonidos palpitantes, la risa bullanguera de una alma amenazada, de la sensación silenciosa, del sufrimiento cómico. «Todo esto es Sicuani. Calles vivas, llena de juerga, conchasumare». Barboza era de Grumete. Jamás pisaría estas tierras sin que le caiga un machetazo, y soltó un largo suspiro.
En la esquina, el gordo Jafet vigilaba a todos sentado en una de esas sillitas blancas que suelen regarse en los velorio.
—Mano, me enteré de tu mecha. Ya no le teclees a ese weón, está que envía tus chats a todo el mundo.
«Nadie se metió esa vez que te di una cachetada. Jajajajá. ¡Uy! Eso lo que quería ver. ¡Acción! … Te veré cualquier día, ajajá, quedááá»
— ¿Me estás escuchando maricón? —Jafet se acercó—. Tu primera mecha, ¿no? Ay chibolo, en qué te has metido. ¿Quieres un pucho?
—No tengo plata.
—Yo invito, mano… No te dejes atolondrar, ese weón es floro; ya sabes cómo es la cosa. Te mete terror por chat pero en persona es chato y lento; más fumón. Tú haces deporte además; lo bailas un rato… —sacó muy rápido de su canguro una cajetilla—… checa, checa. Aspira un poco… así, así.
Elián, en un descuido de Jafet, le respondió: «¿Queda? Yo te buscaré ahora. ¿Crees que puedes pegarme a mí —y tiró una pitada honda mientras sentía su cuerpo endurecerse—. Sólo eres un piraña más. Otro que no tendrá futuro».
—Ya mano —dijo Jafet, abriendo bien los ojos—. Rompe, rompe… No te olvides nunca descuidar la guardia. Si puedes, ve zampado, así no sientes el combo.
—Ya.
Siguió hasta su casa. Una casita de dos pisos y de fachada todavía enladrillada. Su madre, con la cara agrietada, cocinaba para sus tres hermanos menores. Al fondo, en la cocina, la tetera se quejaba por todos los dormitorios. Dio una ojeada rápida a todas las habitaciones al pasar: la misma humedad pegada en las paredes, la mugre de los talones impregnado por las esquinas del catre, y los cuerpos tersos llenos de olor rancio se juntaban en una sola masa de carne. Desnudo, un hombre lleno de pelos aceitosos abrazaba a su mujer mirando la televisión.
«Jajajajajajá…, y por decirme eso tu boquita de caramelo se va a reventar. Ya causa, ya veremos quién gana a quién. Esperaré ese momento».
Afligido, algo desencajado, escribió en mayúsculas:
TSSS
OJALÁ VERTE SOLO
Y QUE NO TE DEFIENDAN
NO HABLO, ESCRIBO
APRENDE A LEER.
«Paro solo por siempre, por todos los barrios; ¿tú qué barrio eres? Ah, verdad, no tienes jajá… me llegas al pincho. Con gente o sin gente, igual te reventaré la boca. Jajajajá. Ya te quiero ver mi vida».
Al llegar a su habitación, buscó las monedas del escondite que había en un hueco en la pared. Miró que el camarote estaba empapado de arroz y avena; sus hermanos iban por el pasillo de un lado a otro, chillando. Su cama, destendida, olía a putrefacción por los pañales amontonados. Muy rápido salió, asfixiado por el olor mezclado de la comida y los hedores guardados, junto a los gritos de los inquilinos y los deslices bruscos de una mano y la escobillas juntas lavando ropa. Salió por fin, a enfrentarse con la calle.
—Maldita Miluska, tenía razón Vara —pensó para sí.
Ya había llegado a la loza de separadora, pero antes de cruzar se metió entre el follaje donde borrachos de la cantina de doña Chelita, orinaban toda la madrugada.
«Jajajajá. Cuando crezca yo seré algo. ¿Tú? Un idiota más en la calle. Me darás pena y te daré limosna».
Después de escribir esto su pecho se infló. Sintió levitar por todo el parque, sin embargo, a media que se acercaba a la reja —entrada del parque Zeus— un espanto profundo de nuevo lo inmovilizó.
«Pura y pura risa chibolo. Ojalá que todo eso me digas en la cara cuando estemos los dos juntos».
«No te diré nada, de un golpe caes. Tú eres chato, yo alto», escribió.
Ya entraba hacia la recta de RP. Pensó que Vara seguiría allí hasta las doce. Y, en efecto, al llegar, sentado insultaba a la computadora. Después lo miró.
—¿Y? ¿Qué fue? ¿Cuándo es tu funeral?
—Todavía no lo coordino.
«¿Tan maleante? Jajá. Uy qué miedo, qué miedo… ¿Sabes? Yo tampoco diré nada»-
«Deberías tenerlo».
«¿Qué cosa?».
«Miedo, causa».
«Pura risa, chibolo. Sólo te diré que cuando estemos cara a cara me diga todo lo que me estás diciendo».
— ¿Le sigues tecleando? —Vara le arranchó el aparato.
«Jajajá, ojalá me alcances. Enano», terminó por escribirle.
—Te van a sacar la mierda bien sacada si sigues así.
«Si te tiré el cachetadón, ¿por qué no otro? Te quiero bebita».
«¿No fue puñete, idiota?»
«¿Puñete? Jajajajá Fue cachetada».
«Das pena. Tu vida da pena».
—Ya mano… párala. Deja de teclear —Vara se había acercado al celular—. Hasta a mí me estás comenzando a llegar al pincho.
—Deja, loco. Si el me atormenta con terror, yo le jodo con lo psicológico. ¿Crees que ese tarado no llora por dentro? Está asustado, seguro su viejo le pagaba de chibolo y por eso es así arrebatado. Quiere probar su fuerza con los demás, así se desquita con quién nunca pudo: o sea, su viejo. Deja, mano.
—Firme, negro. ¿Qué chucha te crees?…
«Deberías ponerte a estudiar».
«Mi vida no es tu vida, causa».
Vara miraba su pantalla, negando con la cabeza.
«Te serviría de algo», escribió.
—¿Sabes qué? Haz lo que quieras. Te iba a defender, pero creo que bien merecido lo tienes.
—Mano… todavía que le hago terapia…
—Ya negro.
«No te preocupes, yo me encargo de eso»
«Jajajajá. ¿En un estatal? ¿No hay presupuesto o eres pobre?»
—Mira lo que estás hablando, negro. Yo también estoy en Olimpo, que es pública, negro. Y tú también querías estar pero tu viejo pipirisnais no te dejó. Además que allí no aceptan negros, jajá.
«Jajajajajá. Estatal o particular, ¿cuál es la diferencia? Igual aprenderé algo, ¿no? Jajajajá… ya chibolo, mucho flow contigo. Ahora sí ya me llegaste al pincho. No te diré más. Ojalá cuando te vea otra vez pares. Te mando besitos».
—Como no mandar una foto tuya tecleando, todo el barrio se vacilaría.
«¡Quien te quiere besar a ti, lacra!»
—Tú tampoco estás tan guapo, negro.
—Tú sigue jugando, no más. Es mi palta. ¿A ti te van a sacar la mierda?… No pues. Así que déjamelo hacer a mi manera.
«El domingo a las seis, en Zeus. No bajes con tu gente. Baja sólo a ver si eres tan machito y dime cara a cara»
— ¡Por fin, negro! Te quitaste la grasa ¡Oe Richard, el negro mecha el domingo; dame una hora más! —gritó Vara
Después se acercó a ver el mensaje:
«Zeus, jajá. Mejor dime que ya quieres tumba»
—Tiene razón, loco. Es su barrio.
«Baja solo, marica. Yo bajaré solo. ¡Idiota! Te quiero ver en Zeus solo, para arreglarte toda esa fea cara que tienes».
—No sé cómo te aguanto, negro. A la firme, eres bien mongol. ¿Irás el domingo?
—No, que chucha voy a ir.
«¿El domingo entonces sí o sí en Zeus? Para que no digas que arrugo».
«No puedo. Estoy preparándome para la universidad. Recién me acuerdo de que tú no sabes qué es universidad. Mierda insignificante».
—Me da ganas a veces de revolcarte. ¿Por qué chucha le pones eso?
—Ese weón comenzó, yo también quiero joderle.
—Pero así no, mano. Es golpe bajo.
— ¿Y ese golpe que me metió él qué es? ¿alto?
—Ya negro.
«Ahyáááá, entiendo. ¿Quieres regresar sin un ojo o sin oreja?»
«No quiero ser una mierda insignificante como tú»
«Jajajá, cualquier día te veré y todo esto me lo dirás en la cara»
«No hace falta que te lo diga, te lo dirán todos. Simplemente das asco —repitió un año, dijo Vara, dile eso; es medio corcho ese bandido—. Creo que repetiste un año, ¿no? Puta, ¿quién repite en un estatal? Tu coeficiente intelectual cero, por eso pones mal las tildes».
«Hablas como un gran pendejo…».
«No soy pendejo. Soy estudioso. No repito de año… Alguna vez nos veremos de grandes y ahí veremos quién gana a quién»
«Jajajajajá…».
Elián imaginó una risa monstruosa.
«Sólo quiero decirte que si me paso de la mano ya no es mi culpa, tú te lo buscaste…».
—Ahora voltea, conchatumare —se escuchó desde fuera.
— ¡Negro, negro…! —suspiró Vara—… ¡Puta madre…! Te cagaste.
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