Hoy, las palabras se niegan a fluir, los sentimientos se resisten a ser plasmados. El humo del cigarrillo irrita mis ojos ya vacíos de emociones por expresar; la música suena de fondo, pero no logro identificarla, no la escucho realmente. Las melodías de Vivaldi o Tchaikovski no logran conmover mi interior ni encender la chispa de inspiración. ¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso algo anda mal? ¿Estoy descompuesto? Al observarme en el espejo, me enfrento a la misma imagen, las mismas expresiones… ¡no percibo ningún cambio!

Al intentar plasmar mis pensamientos en papel, la inspiración se desvanece, y termino cayendo en la repetición, narrando historias ya contadas, carentes de frescura y vitalidad, muy lejos de la pasión que caracterizó mis primeros relatos y poemas. «Carecen de vida», me digo a mí mismo. Tomo pluma y papel, intento esbozar un breve relato acerca de la existencia… ¿Qué escribí? No logro recordarlo; prefiero romper la hoja y desecharla. Enciendo otro cigarrillo, buscando en vano la inspiración para crear una historia original y coherente.

¿Siento que algo falta? Por un instante, me invade una sensación de profunda inferioridad. Recuerdo lo que me impulsó a escribir aquel relato existencial; la misma razón por la cual los sentimientos se resisten a emerger. ¿Qué es lo que falta? Me pregunto, sumido en la incertidumbre. Siento que todo va de mal en peor. Mientras escribo estas líneas, entablo una conversación con mi perro, en un intento desesperado por hallar la inspiración que parece esquivarme (aunque sé que no es culpa suya).

La tarde se desvanece lentamente, sumergiéndome en una atmósfera de melancolía y desconcierto. Observo a mi perro con ojos perdidos, buscando respuestas en su mirada leal y tranquila. ¿Será acaso que la inspiración yace oculta en lo más profundo de mi ser, esperando ser liberada? Quizás sea momento de despojarme de las ataduras mentales que me impiden fluir, de dejar atrás las expectativas y permitir que las palabras fluyan libremente.

Decido dar un paseo por el parque cercano, dejando atrás el humo del cigarrillo y el vacío de la habitación. El viento acaricia mi rostro y el canto de los pájaros me envuelve en una sinfonía natural. Cierro los ojos y respiro hondo, permitiendo que la frescura del aire revitalice mis sentidos adormecidos.

En medio de la naturaleza, comienzo a sentir una chispa de creatividad reavivarse en mi interior. Las ideas comienzan a fluir con mayor facilidad, como si el entorno mismo me susurrara historias por contar. Retomo la pluma y el papel, dispuesto a dejar atrás la oscuridad que me envolvía y dar vida a nuevas narrativas llenas de color y emoción.

El sol se oculta en el horizonte, pintando el cielo de tonos cálidos y dorados. Regreso a casa con el corazón rebosante de inspiración, listo para dar vida a los relatos que aguardan en mi mente. Me siento a la mesa, con la certeza de que, aunque los días de bloqueo creativo puedan llegar, siempre habrá una luz al final del túnel, una llama que nunca se extinguirá: la pasión por contar historias.

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