Típico. Ves una película de terror y luego te preguntas porque no puedes conciliar el sueño.
Dando vueltas en tu cama, en el limbo por ratos. Duermes y despiertas.
Te preguntas:
– ¿Para qué le hizo caso a mi hermana y vi esa película?
– ¡Ella no se asusta con absolutamente nada!
– ¿Por qué tomé tanta agua antes de dormir?
Y es ahí cuando te das cuenta que no solo el susto es lo que te tiene intranquilo. De pronto las terribles ganas de orinar invaden todo tu ser. Ves el reloj y son apenas las dos de la mañana.
– Falta mucho para que amanezca, te dices.
La duda entre aguantar varias horas o armarse de
valor e ir al baño han desplazado la idea de dormir.
Tomas valor, te levantas de la cama muy rápido y enciendes la luz. La paz llega nuevamente a tu ser.
– Es solo una tonta película. Ni siquiera basada en hechos reales.
– Es tu cuarto, es tu casa, es tu sala, solo que a oscuras.
Encuentras la tranquilidad (y valor) requerida y abres tu puerta decidido a ir al baño. No hay nada heroico en eso.
Empiezas a cruzar la sala tratando de no darle importancia a la noche. El silencio de tu recorrido se interrumpe cuando te das cuenta que hay algo entre la silla y la mesa. Sientes que te mira, aunque no se ve si tiene ojos. Es un bulto negro, como un peluche, pero no distingues bien. Tu cabeza no puede explicar qué es eso. Lo único que procesas es temor.
– ¿Qué es eso? ¿Por qué siento que me mira?
Con el susto en toda la espina dorsal vas hacia el interruptor y prendes la luz. No era nada. No había nada. Es tu cabeza jugándote una mala pasada.
– No seas ridículo carajo, te dices.
Entras al baño. Orinas. Placer y paz luego de vaciar la vejiga.
Cuando sales del baño te extraña que la luz esté apagada. Te preguntas si la apagaste. No recuerdas. Volteas a tu derecha y ves eso, esa cosa, de nuevo en una esquina, solo que más grande ahora. Y si antes no tenía ojos, ahora los tiene. Rojos intenso
. La respiración agitada es tanto tuya como la de eso. Sientes nuevamente ese miedo en la espina dorsal. Nuevamente crees que es tu mente que te trata de asustar.
El miedo no te deja pensar si correr, llorar, gritar. Ya no sabes si estás despierto o teniendo una pesadilla. Solo atinas a mirar y sentir como te paralizas.
– ¿ QUÉ ES ESO?
Finalmente reaccionas, cruzas rápidamente la sala, llegas a tu cuarto mientras sientes que te está persiguiendo. Sientes una presión en el ambiente que nunca habías sentido. El miedo es inusitado. Es incontenible. Solo quieres llegar a tu cuarto, cerrar la puerta y meterte entre tus cobijas.
Logras llegar a tu cuarto y cierras la puerta, sintiéndote a salvo en tu fortaleza. Recobras la respiración y sientes poco a poco que las piernas dejan de temblar. No te explicas que pasó, solo sabes que no vuelves a salir hasta que sea de día.
Pero no estás solo. Te das cuenta que hay alguien en tu cuarto. Te das cuenta que alguien te mira desde el ropero. Te acercas temblando. Te acercas cuando sabes que no deberías. Abres las puertas de tu viejo ropero… ¡es mi hermana!
– ¿Qué rayos haces acá?
– Tú… tú, tú… también lo viste… (preguntas temblorosamente).
Ni bien terminas de preguntar, puedes ver como el miedo invade su rostro. Como sus ojos se agrandan como nunca antes los habías visto. Como su cara se pone pálida. Como el temor la tiene presa.
Te das cuenta entonces que eso, esa cosa, está detrás tuyo, respirándote en la nuca. No quieres voltear, no debes voltear. No puedes. Sudas frío.
Solo sabes que esta vez meterte debajo de las cobijas, prender la luz o llamar a tu hermana que no se asusta con nada, no te va a salvar…

Daniel Quiroz-Linares
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