MUCHAS MANOS HACEN UN BUEN PAN

MUCHAS MANOS HACEN UN BUEN PAN

MARIA ANGELES

05/07/2024

   «Cada uno de nosotros de forma individual somos la gota en una inmensa tormenta, juntos podemos ser un diluvio», todo es proponérselo. Y hoy en Madrid el día amenaza con una gran tormenta, es lo que está siendo habitual en este imprevisible mes de junio.

     Asumo que toca mojarse de camino a la residencia donde vive mi madre desde hace ya dos años. Me pongo en marcha paraguas en mano hacia allí y durante el camino voy pensando que por ser miércoles, Dalia que así se llama la monitora, tendrá preparada alguna manualidad para hacer. Hoy es día de lluvia y también de tijeras, cartulinas y lápices de colores.

     Cuando entré en el patio los residentes estaban empezando a guarecerse dentro, en tromba, como el agua que empezaba a caer y que iba a dejar el patio únicamente con las migas de pan que Guillermo echa a las palomas, las cuales, y en gran número para entretenimiento de los que allí pasan las tardes, comen de su mano con total tranquilidad.

     Y este hecho me dio la idea, el día era de lo más propicio.

     Hablé con Dalia de la posibilidad de hacer un relato con las historias que nos pudiesen contar los residentes, y nos sorprendimos, todos estaban encantados de colaborar, y así lo hicieron.

     Al otro lado de los grandes ventanales los árboles se agitaban con fuerza, el tiempo invitaba a una reunión familiar, y esta lo era, una gran reunión familiar. Fuera seguía lloviendo, y no lo iba a dejar.

     Yo estaba sentada con mi madre en la gran mesa donde unos días pintamos, otros recortamos, pero hoy nos íbamos a poner a trabajar un poco la memoria, ese gran cajón de sastre donde se guardan sólo las cosas que importan.

     La primera en narrar su historia fue Antonia. Nos contó que ya desde muy temprana edad, contaba con tan sólo cinco años, iba a casa de su tía, que tenía un horno de leña en el que hacía unos panes de hogaza con los que se ganaba la vida. Eran tiempos muy difíciles, como también lo eran en casa de Antonia donde vivía con sus cuatro hermanos, su madre y su abuela.

    Una vez concluida la tarea su tía le regalaba una hogaza de pan que a esta niña tan viva la parecía poco para dar de comer a tantas bocas y a hurtadillas, cuando su tía «no la veía», le quitaba una hogaza más. Acto seguido ponía rumbo a casa de un vecino que tenía ganado y le ayudaba en la limpieza de los establos, el buen hombre como pago daba un cántaro de leche a nuestra trabajadora y precoz amiga.

    Con tan sólo cinco años Antonia no sabía que era jugar en la calle, rasparse las rodillas con el sílex cortante del asfalto, no sabía lo que era tener amigos con los que jugar, pero ayudaba a sacar a su familia adelante. Con un poco de azúcar, nos contaba, su madre preparaba unas ricas sopas de leche y pan con las que todos se iban a la cama con el estómago satisfecho, y como suele decirse, agradecido.

     Dalia iba por las mesas hablando con los residentes y sus familiares, muchos la contaban sus historias y ella iba tomando nota absolutamente de todo…….y fuera la lluvia caía cada vez con más y más fuerza.

     A mi izquierda estaba sentada Carmen que llevaba sólo un mes allí y era la primera vez que bajaba al salón a hacer manualidades, hoy no tocaba, pero demostró varias cosas, la primera que era una mujer muy despierta y sociable, la segunda, que no hubo ninguna necesidad de preguntar si quería participar en nuestro relato. Estaba acompañada esta tarde por su nieta la cual me miraba con asombro.

     Empezó a contarnos que cuando era niña vivía en un pequeño pueblo con toda su familia, y que su abuela tenía una panadería.  

      Nos contó cómo entre su abuela y ella preparaban el pan a primeras horas de la mañana para luego repartirlo entre los vecinos. Nos relataba con detalle todo el proceso de elaboración de tan rico manjar, cómo amasaba con esmero la harina, la sal, el agua……su nieta mientras tanto negaba con la cabeza.

     Y seguía contando una historia muy vivida, al menos en su enorme imaginación. Quería aportar y no sabía hasta que punto lo estaba haciendo. Me sorprendí, o quizás no tanto, cuando su nieta me susurró al oído que se lo estaba inventando todo y que en su familia jamás hubo ningún panadero.

     Me pareció tan entrañable que dije a la nieta de Carmen que la imaginación de su abuela era tan conmovedora, que me recordaba a esos niños que a hurtadillas roban galletas a su madre para el amigo imaginario que habita debajo de su cama. Y al final no nos quedó otra que reírnos de las ocurrencias de su abuela. Dicen que «Sólo se inventa desde el recuerdo», y puede que haya algo de verdad en lo contado por Carmen.

     Entonces Dalia se acercó a nosotros, venía con Isabel y un gran número de historias anotadas, se sentaron las dos en la gran mesa de manualidades. Cada vez la tarde estaba más oscura pero ya no pensábamos que al salir más de uno llegaría a casa hecho unas sopas, y no de leche.

     Delante de mi se sentó Isabel, «de la segunda planta» puntualizó, estaba con su hijo y entre los dos contaron una historia que a todos nos pareció entrañable.

     En este caso Isabel ya no era una niña y había tenido ya a sus dos hijos. Nos contaba que un día estaban todos sentados a la mesa, comiendo en familia como era costumbre, cuando escucharon a unos gitanos cantar en la calle; eso antes era muy común.

     Nuestra narradora nos contó que le dio mucha lástima que esa gente estuviera en la calle pasando calor, mientras ellos estaban plácidamente reunidos y comiendo en la comodidad de su casa. Les preparó una bolsa de comida, ese día tocaba tortilla de patatas y unos ricos filetes de pollo empanados, es en este punto donde nuestro protagonista, el pan, hizo acto de presencia.

     Los gitanos se fueron con la música a otra parte y con el aperitivo del domingo en mano, mientras que nuestra amiga Isabel y familia empezaban a dar buena cuenta de una comida que les supo a gloria.

     Y hasta aquí un día donde cambiamos las tijeras y los lápices de colores por historias narradas por personas de una generación única, que no tuvo una infancia fácil y que desde muy temprana edad tuvo que aprender a ganarse el pan. Eran otros tiempos y estas personas estaban hechas de una masa muy especial.

     De regreso a casa tocaba mojarse, la lluvia caía con fuerza. Muchos recuerdos contados y otros que han quedado por contar, pero eso será en otra ocasión.

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