Ante la distancia que me separaba de aquella persona, mis pasos se aceleraron poco a poco, por lo que no me sorprendería que le molestara mi presencia. Pero no fue así, parecía casi como si estuviera esperando que le siguiera.
Cuando la distancia entre nosotros se redujo me percaté de detalles a los que no les presté en un inicio; era de una estatura más baja que yo y llevaba suficientes prendas encima para no dejarme claro su complexión.
Mientras continuábamos avanzando por las calles de la Ciudad del Sur, ante nosotros el cielo pasó de ser un gris uniforme a tener tonos rojos y naranjas. En mi distracción al contemplar el cielo solo vi entrar su figura en uno de los edificios.
Unos apartamentos viejos, la lluvia sólo aceleró el crecer de la vegetación, con cada día que pasaba la tierra reclamaba lo que siempre fue suyo, dejando atrás el color vino que alguna vez se encontraron pintadas sus paredes en tiempos más sanos.
Sin distraerme más, entré al edificio y al observar una tenue luz en el segundo piso tuve la certeza de que encontraría respuestas a lo que estaba buscando. Una lámpara improvisada con aceite y tela iluminaba el interior del que en otro tiempo pudo ser el hogar de una familia.
Adentrándome pude sentir su mirada en mí, profunda, empezaba a incomodarme, se dio cuenta de esto así que fue quien habló primero:
-No eres como ellos- El tono fingido de su voz la delató.
– ¿Cómo quiénes? – Le pregunté.
-Los que tienen ojos de sangre, los que atacan con solo verte – Me respondió.
-Lo siento pero aquí no hay lugar para ti, el edificio hace tiempo que está desocupado, quédate en alguno de los otros apartamentos, ya hace tiempo que nadie viene aquí – Se adelantó antes de que yo dijera algo más.
No hablamos más, yo comprendí a situación y pese a ser desconocidos entendí que no me haría daño. Subí por las escaleras hasta el último piso y entré por una puerta semiabierta. Además de hojas secas y uno que otro insecto era un lugar acogedor a diferencia de los otros sitios en los que tuve que dormir. Entre el polvo de una cama matrimonial me recosté sin pensar más.
En mis sueños un recuerdo me visitó, entre ruidos que parecían agua una chica me decía que buscara el camino cuatroveintrés. El recuerdo se interrumpió sin más y una extraña sensación de calor me hizo recordar el sol de la playa, la humedad caliente rodeándome.
Y después, nada, la luz blanca en mi rostro me hizo girarme y abrir los ojos. Al salir de la habitación me tomó por sorpresa una lata de comida en la mesa que detenía una hoja de papel a irse con el viento.
“Tengo suficiente comida para mí, ten discreción sobre este lugar, tomaré el riesgo de confiar en ti, pero no prometo hacerlo con alguien más.”
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