El milagro de los panes

El milagro de los panes

Apenas se asomaba el sol cuando el hombre que se presentó como el hijo de Dios saltó de la cama de María Magdalena; se vistió con su desgastada túnica, se calzó sus sandalias y salió por la puerta trasera  hacia al pequeño patio. La anfitriona despertó al escuchar el ruido de los goznes de la puerta de madera. Por la ventana vio al huésped arrodillado que elevaba sus brazos hacia el cielo y ñe escucho decir;  “Gracias Dios por este nuevo día”. La anfitriona recordó que una compañera de su oficio le contó que un predicador que había nacido en Belén en los tiempos obscuros de Herodes el Grande pero que vivía en Nazaret, gobernado ahora por  Herodes Antipas, el hijo del sátrapa, curaba a los enfermos con tan solo tocarlos con sus manos. Ese predicador también resucitaba a los muertos con solo ordenarles: «Levántate». Hacer el bien le ganó al predicador el  odio de los fariseos y poderosos.  Ante el temor de ser agredido se refugiaba en las casas de sus seguidores,  María Magdalena se sentía contenta por alojar en su casa al perseguido. Se lavó con agua su hermosa cara y sus manos suaves; se dirigió presurosa a la cocina para ofrecer alimento a su huésped. En la alacena solo encontró un queso de cabra caduco y un pequeño pan de centeno, evidentemente insuficientes para saciar el hambre del huésped. Pensó pedir ayuda a sus vecinos pero recordó que ella no era virgen de su devoción por dedicarse el viejo oficio de dar placer. Mi cuerpo, reflexionó, es de mi exclusiva propiedad y yo dispongo de él como me venga en gana. Recordó que le habían contado del más reciente milagro del predicador de Nazaret: la multiplicación de los panes. Le contaron que cuando él ordenó a sus discípulos que dieran de comer a los asistentes a su prédica, le dijeron , preocupados, que solo había unos cuantos panes, insuficientes para la multitud . El predicador colocó sus manos sobre el canasto de panes y murmuró: “Padre, concédenos la gracia de tu generosidad”. Y el milagro se hizo. María Magdalena pensó que tenía la solución en casa para resolver la falta de pan en su mesa. El huésped entró a la cocina para tomar los sagrados alimentos matinales. Pero en cuanto vio el diminuto pan en su plato puso el grito en el cielo; se ofendió grandemente y despotricó contra su amable anfitriona; Cómo, gritó iracundo y fuera de sí, se atrevía aquella perdularia a ofrecerle solo un mendrugo de pan viejo. Ella soportando, estoica, la avalancha de injurias del visitante, le pidió con amabilidad que hiciera uso de su don divino para que multiplicara el pan. Él se negó a hacerlo pues, argumentó, los milagros se hacen para favorecer al prójimo; no se hacen para cumplir caprichos de nadie muchos menos de una ramera. Esta discusión fue interrumpida porque escucharon que  alguien golpeaba la puerta de entrada de la casa. María Magdalena se encontró de frente a un atractivo joven que le dijo: «Soy Jesús, el hijo de Dios que salvará al mundo; el verdadero y auténtico Mesías”. El visitante le extendió a María Magdalena un canasto lleno de panes de centeno.

Votación a partir del 02/09

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS