Nos queda una canción
entre los árboles,
en medio del vuelo de los pájaros,
en el corazón tibio de los nidos,
agachada en las esquinas de septiembre,
en los campos que nadie ha sembrado todavía,
en el barro haciéndose ladrillo y en el fuego que lo quema,
para hacerlo consistente.
Nos queda una canción
en el vacío de los días que se fueron y no vuelven
en los días que son más que las esperas,
en un sueño que no llega,
en el día que atraviesa mutando nuestros cuerpos,
en medio del río, sin vislumbrar la orilla nunca.
Nos queda una canción
en el aire de esta tarde
que avanza hasta los bordes de la noche,
en los huesos del mundo
que imploran nacimientos,
en la lluvia que se esconde, detrás de nuestros ojos
Nos queda una canción que llueve lenta
en la sombra mordida del poema,
en la ropa vacía de nosotros
al costado de la cama,
en la desnudez de navegar despiertos todavía,
en cada puerto de la piel regada de exilios
en un soplo del beso, hasta cerrar los ojos.
Nos queda una canción
en la mirada de los niños
en el viento que agita agujas del reloj
sobre esta hoja,
en donde solo importa la palabra
abriendo y cerrándose
sobre el perro que ladra las veredas
Nos queda una canción
abriéndose y cerrándose
sobre la hornalla
haciendo silbar la pava hasta secarse.
Abriéndose y cerrándose
sobre eso
que pasa todos los días, cada día
de abrirse y cerrarse
de perderse y buscarse
y correr el riesgo de tardar una vida
en encontrarnos.
Nos queda una canción y no es desesperada.
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