Aproximadamente a una hora de la ciudad si vas en auto, existe un pueblito apartado del ruido, donde son pocas las casa que se ven, y donde todas las personas que pasan te saludan, bosques, prados y animalitos por donde veas, un pueblito libre de apuros, de ruido y de caos, junto al pueblo pasan autos hacia otras ciudades por lo que es fácil encontrar cafeterías y bizcochitos típicos de la zona donde es necesario ir, por lo rico del café y lo cálido que se siente uno ahí.
Salimos de la ciudad muy temprano y viajamos hacia un terreno que vimos en una publicación en internet, 250m2 rodeado de naturaleza, no estaba muy costoso, por eso fuimos a verlo, en realidad ahora me pregunto, ¿por qué fuimos a verlo?, pero no tengo una respuesta solo sé que fuimos y recuerdo intacto lo que me hizo sentir estar en ese lugar con él.
Llegamos al lugar, estaba un poco alejado de la carretera y tuvimos que preguntar a personas que se ocupaban de su cotidianidad para poder llegar, aproximadamente a 10 minutos de la carretera principal lo encontramos, estacionó su auto y bajamos a verlo, era un área verde con algunos árboles que deben de tener muchos años, lo digo porque eran grandes y sus troncos gruesos y desgastados del viento y la lluvia, hacia atrás habían solamente montañas y era verde por dónde pudiéramos ver, se me iluminaron los ojos imaginando una cabaña ahí, en medio del lugar, en la parte más alta, con un porche enorme rodeando toda la casa y una ventana con vista al valle que se formaba bajo la montaña, me imaginé despertar ahí junto a él, viendo esas montañas, recibiendo el aire fresco de la mañana, aún abrigados de los abrazos de la noche, y después.. después preparar café, me miró y se lo dije, sonrió al imaginar lo mismo. Nos sentamos y solo observamos el lugar, el pasto, las ramitas de los árboles caídas, las plantas crecidas en ese terreno donde casi nadie iba, una persona del lugar pasó junto a nosotros, iba con su compañero perruno y regresaba o iba a trabajar, nos preguntó si compraríamos el terreno que está en venta y le dijimos que sí al unísono, una mentira, o un deseo ferviente que nos salió espontáneo a los dos.
No sé qué pensaba él, pero yo imaginaba todo lo que podríamos hacer si viviésemos juntos ahí o en cualquier lugar del planeta.
Regresamos a la ciudad, ambos con la cabeza en otro lado porque ninguno hablaba, si lo pienso bien, nuestros pensamientos debieron haber estado en el mismo lugar, en ese prado verde, contemplando la caída del sol, sentados sintiendo el pasto en nuestros pies.
Nunca compramos el terreno, nunca se construyó ahí una cabaña, ni nadie despertó al amanecer a hacer café. El lugar sigue ahí, con toda esa vida verde por doquier, pero sin nosotros.
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