Dorobō to tsuki

Dorobō to tsuki

Harpoff

24/06/2024

Desde que era un niño, sentía una fascinación incontrolable por la luna. Mis padres solían encontrarme en el jardín a medianoche, con los ojos brillando mientras observaba su inmensidad en el cielo. Con el tiempo, mi obsesión solo se intensificó. Durante el día, pensaba en la luna; por la noche, la contemplaba durante horas, sintiendo una conexión que no podía explicar.

Crecí y me convertí en un joven solitario. No tenía amigos, y mis relaciones familiares se habían deteriorado. Mi único consuelo era la luna. Cada noche, registraba sus fases y movimientos en un cuaderno que guardaba. Sin embargo, la distancia inalcanzable me llenaba de frustración.

Una noche, mientras la luna llena iluminaba mi habitación, tomé una decisión radical. Me harté de ser un simple observador. La luna debía ser mía. Durante semanas, elaboré un plan detallado para robarla. Investigué antiguas leyendas, libros de magia y textos científicos. Finalmente, descubrí un antiguo ritual olvidado, descrito en un manuscrito polvoriento escondido en la biblioteca del pueblo.

El ritual requería objetos raros y peligrosos: el polvo de estrellas de un meteorito, el canto de un búho en plena luna llena, y un espejo antiguo que, según decían, reflejaba el alma. Viajé por tierras desconocidas para reunir todos los elementos.

La noche del eclipse lunar, estaba listo. Subí a una colina aislada, donde coloqué los objetos en un círculo perfecto. Encendí velas negras alrededor y comencé a recitar el conjuro en un idioma perdido. El cielo se oscureció y el viento se alzó. La tierra tembló bajo mis pies mientras la luna empezaba a desprenderse de su lugar en el firmamento.

Con un estruendo ensordecedor, la luna descendió, encogida hasta caber en mis manos. La contemplé con asombro y deleite, era mi sueño hecho realidad. Pero en ese momento, sentí una perturbación. La luna latía con una energía pulsante, casi viva.

Al principio estaba eufórico. Por primera vez, la luna era mía y solo mía. Sin embargo, rápidamente me dí cuenta de las consecuencias de mis actos. Sin la luna en el cielo, las mareas se descontrolaron, causando desastres naturales en todo el mundo. Las noches se volvieron eternamente oscuras, afectando a los ecosistemas y sumiendo a la humanidad en un caos. 

Además, comencé a experimentar extraños cambios. Mis ojos brillaban con una luz plateada, y mi piel se tornaba pálida como la de un cadáver. Soñaba con voces que me llamaban, susurrando secretos y misterios que no podía comprender. Entendí que la luna no solo era un objeto celestial, sino un ente vivo, una entidad con voluntad propia.

Una noche, mientras la observaba, escuché una voz clara y melodiosa en mi mente. Suplicaba por volver a su lugar. El equilibrio del mundo dependía de ello. Me consumió el remordimiento y el miedo, debía hacer lo correcto. Preparé de nuevo el ritual, esta vez con la intención de devolver la luna a su lugar.

Subí a la misma colina y repetí el conjuro. El viento se alzó nuevamente, más feroz que antes, y las velas negras parpadearon al borde de extinguirse. Con la luna aún palpitante en mis manos, noté un escalofrío recorrer mi cuerpo cuando recité las palabras. 

El cielo se oscureció, y la tierra tembló de nuevo, pero esta vez la energía era distinta, como si el propio universo resistiera mi intento de rectificar el error. Las voces en mi cabeza se volvieron gritos de advertencia y desesperación. La luna parecía pesar cada vez más, como si se negara a ser restaurada sin antes exigir un precio.

La luna empezó a ascender, luchando por regresar a su lugar en el cielo. La energía que irradiaba era abrumadora, y sentí mi cuerpo debilitarse rápidamente. Justo cuando pensé que no podría sostenerla más, una fuerza invisible la arrebató de mis manos y la elevó rápidamente.

El viento se calmó y el cielo se aclaró, la luna volvió a su lugar, y el equilibrio parecía restaurado. Pero el precio había sido alto. Me desplomé en el suelo, exhausto y consciente de que algo había cambiado dentro de mí.

Me levanté lentamente y miré mis manos. La pálidez había desaparecido y mis ojos ya no brillaban con luz plateada. Sentí un extraño vacío, como si parte de mi esencia hubiera sido arrancada junto con la luna. Sin embargo, el mundo estaba en paz de nuevo, y las mareas volvían a su curso natural.

De repente, escuché una voz familiar, la misma voz que había suplicado desde la luna. «Gracias,» susurró. 

A partir de ese día, mi fascinación incontrolable por la luna se desvaneció. Podía mirarla como cualquier otra persona, sin la obsesión que una vez me consumió. Mis relaciones mejoraron, y lentamente reconstruí mi vida. Aprendí a encontrar consuelo en el mundo que me rodeaba y en las personas que lo habitaban.

La luna seguía brillando en el cielo, un recordatorio constante de mi error y redención. Pero ya no me sentía solo, porque había aprendido que la verdadera conexión no estaba en poseer, sino en compartir y respetar el equilibrio de todas las cosas.

Etiquetas: fantasía magia

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