Era una noche oscura y tormentosa en la ciudad de Red Hollow. La lluvia caía a cántaros, y los truenos resonaban como si la misma tierra se estuviera quejando. Cuatro amigos, Clara, Miguel, Sofía y Tomás, habían decidido pasar el fin de semana en una vieja casa abandonada en las afueras de la ciudad. La casa tenía fama de estar embrujada, pero para ellos, era solo una excusa para vivir una aventura.
Al llegar, encontraron la casa en ruinas, cubierta de maleza y con las ventanas rotas. La puerta principal, desvencijada, se abrió con un chirrido espeluznante al empujarla. Entraron, iluminando con sus linternas el interior polvoriento y oscuro. El aire estaba cargado con el olor a humedad y moho, y cada paso levantaba nubes de polvo que los hacían toser.
Decidieron explorar la casa, buscando la mejor habitación para acampar. En el piso superior, encontraron una sala grande con un ventanal roto que daba al jardín trasero. Colocaron sus sacos de dormir y encendieron una pequeña fogata improvisada en el centro de la sala, usando algunas maderas que encontraron en un rincón.
Mientras la noche avanzaba, comenzaron a contar historias de terror para asustarse mutuamente. Sin embargo, la atmósfera se volvió verdaderamente inquietante cuando Miguel encontró un viejo diario oculto debajo de una tabla suelta en el suelo. Las páginas, amarillentas y quebradizas, relataban los macabros eventos que habían sucedido en esa casa hacía décadas.
Según el diario, la casa había pertenecido a un médico llamado Dr. Blackwood, quien se había obsesionado con experimentos oscuros para descubrir la clave de la inmortalidad. Los relatos detallaban cómo había utilizado a los habitantes de Red Hollow como sujetos de prueba, secuestrándolos y llevándolos a su laboratorio en el sótano, donde los torturaba y desmembraba en sus terribles experimentos.
De repente, un fuerte golpe resonó desde el sótano, seguido por un ruido de arrastre. Los cuatro amigos se miraron con temor, sus corazones latiendo frenéticamente. Armándose de valor, Clara sugirió que investigaran, pensando que podía ser solo una rata o algún animal atrapado.
Bajaron al sótano, donde el aire era aún más frío y pesado. Con cada paso que daban, el sonido de arrastre se hacía más fuerte, hasta que finalmente encontraron la fuente del ruido: una antigua camilla de hospital con correas de cuero, ahora suelta y oscilando de un lado a otro. Al acercarse, un olor nauseabundo llenó el aire, y descubrieron lo impensable: restos humanos descompuestos esparcidos por el suelo.
El horror se apoderó de ellos cuando se dieron cuenta de que no estaban solos. Desde las sombras, una figura espectral emergió, con la apariencia retorcida del Dr. Blackwood, sus ojos brillando con una malevolencia sobrenatural. Antes de que pudieran reaccionar, la figura atacó, moviéndose con una velocidad antinatural.
El primero en caer fue Tomás, su grito se ahogó cuando la garra fantasmal del doctor atravesó su pecho. Sofía intentó correr, pero tropezó y cayó al suelo, donde la figura la alcanzó rápidamente. Clara y Miguel, aterrorizados, lograron llegar a las escaleras, pero la figura los seguía de cerca, sus pasos resonando como tambores de muerte.
Al llegar al piso superior, Clara tropezó y Miguel, en un intento desesperado por salvarla, se enfrentó al espectro. Fue en vano. El Dr. Blackwood atravesó a Miguel, dejándolo caer al suelo como un muñeco roto. Clara, sollozando y sin aliento, corrió hacia la salida, pero la puerta se cerró de golpe frente a ella.
El espectro apareció nuevamente, flotando sobre ella con una sonrisa sádica. En su desesperación, Clara sacó un pequeño encendedor y prendió fuego a una cortina cercana, esperando que las llamas detuvieran al espíritu. Para su sorpresa, el fuego se propagó rápidamente, envolviendo la casa en cuestión de minutos.
Con sus últimas fuerzas, Clara se lanzó por una ventana, aterrizando dolorosamente en el jardín trasero. Desde allí, vio cómo la casa se consumía en llamas, escuchando los gritos fantasmales del Dr. Blackwood disolviéndose en la noche.
Clara logró llegar a la ciudad y contar su historia, pero nadie le creyó. Marcada por las cicatrices físicas y emocionales, abandonó Red Hollow para siempre. La casa quedó reducida a cenizas, pero en las noches de tormenta, algunos dicen que aún se pueden escuchar los gritos de los desafortunados que encontraron su fin en las manos del Dr. Blackwood.
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