Mi Historia del Pan Común y el de Doña Chucha

Nació bajo el brazo de cada niño; se convirtió en el nuestro de cada día, y terminó en el estómago de la humanidad a través de las manos de Jesucristo. Para entonces, no podía imaginarse el hijo de Dios que tan versátil alimento sería uno de los motivos instigadores de la Revolución Francesa, episodio histórico que cambió el rumbo del hemisferio occidental. Ha formado parte de nuestra dieta desde siempre, convirtiéndose en parte importante e imprescindible de nuestra vida alimentaria y económica. Imposible caminar por las calles sin que, al percibir el delicioso aroma a pan horneando inundando el aire, podamos evitar el diluvio en nuestra boca. El estómago reverbera, la ilusión se apodera de ti y lo imaginas relleno de jamón serrano, queso curado, tomate, cebolla cruda, una hoja de lechuga y un chorrito de mostaza… lo saboreas y estás a punto de engullirlo cuando de repente despiertas con el corazón en la boca por el chillido aterrador del vehículo que frena a tus pies y casi te atropella al cruzar la calle. De lo cual, a penas te enteras. ¡Vaya aromático, delirante y sabroso pan!

Tan sabroso como el de Doña Chucha, y además, grande para los glotones. A menudo me deja amasarlo; dice que tengo buenas manos; y yo se lo amaso porque resulta placentero. ¡Y cuánto disfruta solo con mirarme amasarle el pan!, y yo disfruto amasando y verla mirarme. Podría decir que hay cierta conexión paranormal entre nosotros. Es un secreto lo que le añade para que sepa tan sabroso después de horneado; y no se lo dice a nadie. La he espiado desde mi ventana sin buen resultado. En ocasiones se molesta porque ciertos vecinos sienten celos de esa extraña relación privilegiada entre ella y yo, y se mueren por poner las manos sobre su pan con la excusa de que hay que compartir; pero no los dejamos; ese pan es muy de ella y mío solo mío. ¡Ay Chucha, qué buen pan! ¡Sigamos disfrutándolo!

FIN

MM