El éxito huele a piso trapeado.

El éxito huele a piso trapeado.

samuel montufar

18/06/2024

Era un día de esos en los que la calle estaba especialmente triste. La desesperación se veía en el paso apurado de la gente que parecía tener la necesidad de ir hacia alguna parte, más bien hacia algún lugar. Un día de esos en los que la desesperación se te pega como sanguijuela en la base del cráneo y debes empezar a buscar algo en qué matar el paso del tiempo. Uno de esos días en que ocuparse en algo es imperioso.

Caminaba sin rumbo, perdido entre la multitud desesperada. En el centro de mi ciudad no hay distancias demasiado prolongadas, así que, casi sin darme cuenta, estuve frente al ayuntamiento. Se me ocurrió entrar. Subí las escaleras del edificio antiguo y en el tercer piso los anuncios en la cartelera del pasillo indicaban la ubicación de una oficina de admisiones. Busqué y encontré una puerta con un rótulo que decía: “Sé cada día la mejor versión de ti mismo”.

Me animé a entrar. Después de hacer fila (cosa que detesto), me senté frente al escritorio de un tipo gordo y bien vestido que preguntaba cosas extrañas a la gente. Me fijé que el hombre que estuvo con él antes de que estuviera yo tenía cara de desahuciado cuando abandonó la oficina.

Llegó mi turno. Solo me senté ahí y expliqué: –Me gusta escribir, seguramente hay una oportunidad para alguien que le gusta escribir.

–¿Qué sabe escribir? –me preguntó él, detrás de su escritorio.

–Historias, cosas que a la gente común quizás no le pueden gustar demasiado –todo el tiempo estuve muy seguro, esperando pacientemente las respuestas del hombre.

–¿Nada más?

–No, nada –dije. Estaba dispuesto a irme.

Me miró con compasión y sugirió que yo necesitaba “actitud positiva”.

Seguramente a este nunca le hablaron acerca de los suicidas, pensé.

Lo siguiente fueron diez o quince segundos de silencio incómodo. Me di cuenta de que la oficina olía a recién limpia. Eché una rápida mirada y todo parecía ordenado. Después, el tipo interrumpió el silencio y me habló de cómo funciona el éxito. Me dijo que seguramente yo no tenía ningún pensamiento direccionado hacia mejorar mi situación actual, y seguramente me había ahogado en la comodidad de mi estatus. Yo quería abandonar ese lugar cuanto antes.

Me invitó a una “reunión de emprendimiento”, un ejercicio en el cual a las personas con “dificultades” (como yo) se les asigna algún tipo de oficio en el cual sean productivos. –Es cuestión de mejorar la situación económica –decía él. Yo no me sentía tan desesperado como para aceptar cualquier opción.

Él trataba de convencerme y yo me sentía harto de escucharlo. Perdiendo la paciencia, le dije:

–Me cansé de golpear las puertas equivocadas.

–Esta es la indicada –contestó, siempre con su sonrisa idiota en la cara–. Tu problema no es profesional, está aquí –dijo, colocándose el dedo índice de la mano derecha en la cabeza.

–Coloque mi información en el sistema como dicta el procedimiento –dije, fatigado. Quería largarme. Me negué a asistir a la reunión.

Otra vez pensé que a tipos como este no les hablaron nunca acerca del dolor sin motivo. Sobre los asesinatos, sobre los suicidios y sobre la calle y la ciudad.

–De hecho, es todo cuanto puedo hacer, amigo… pero le invito a la próxima reunión –concluyó.

Me negué por última vez a asistir al club de pequeños empresarios. Yo no era uno de ellos. Lo curioso es que mi oficio es escribir y nunca ocupamos tiempo para hablar sobre escribir. Me parecía que había perdido el tiempo. Entre una cosa y la otra, gente como esta representa al sistema, que es una gran pérdida de tiempo. Totalmente en vano: filas en el banco para depositar o retirar dinero, pérdida de tiempo; fila en las iglesias, pérdida de tiempo; gente que hace filas interminables en los centros comerciales, pérdida de tiempo. El mundo mismo está esperando su turno en una fila. Yo lo he probado, he probado la agonía del mundo, intenta buscar una oportunidad para que el sistema te dé un golpe en la cara. Todo está diseñado para machacarnos a diario. Hay personas que cierran sus ojos a diario, se acomodan, se ponen el disfraz de hombres de negocios, de modelos de vida, de los “número uno” y caminan por ahí con prisa, se atrasan a la fila.

Al fin, abandoné esa oficina. Por las escaleras, pensaba en todo lo que te digo ahora. Caminaba con el mismo ritmo de siempre, lento… sin ninguna prisa.

Al llegar a la calle pensé: soy un simple ser humano vagando. Me sentí dichoso.

Un hombre ciego agita el bote de las limosnas. El sol se pone en el horizonte y la calle se pone un poco más fría. Vacío mis bolsillos y le doy todas mis monedas al ciego. No es mucho, pero quedo absolutamente pelado.

Estoy contento y tengo las cosas muy claras.

Me espera el camino de vuelta a casa.

S.M.

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