Vivimos en el campo, no tan lejos de la ciudad, pero lo suficiente como para ver todas las estrellas al anochecer y sentir el aroma a hierba fresca.
Yo soy Mía, una pequeña niña que se asomó hace muy poquito tiempo a este hermoso lugar. Me encanta poder tener un enorme perro y salir a jugar con él sin preocuparme por las grandes colas de vehículos que van y vienen, se llama Dobby por cierto. Mi familia decidió alejarse de todo aquello que me haría mal, y aunque no entiendo bien por qué, a mí me encanta este lugar.
Ya no me despiertan las sirenas, bocinas y los ruidos del tren; tempranito canta un gallo, pero me acurruco en las sábanas de la cama y sigo durmiendo. Cuando el sol empieza a asomarse por mi ventana, siento el olorcito a pan recién horneado rodeando mi habitación.
Todas las mañanas papá se ocupa de los animales que tenemos en la granja y mamá amasa un pan blanquito y esponjoso como un algodón. ¡Que rico sabor tiene! Antes lo compraba en una panadería del barrio, pero no era así de rico al igual que la leche que trae papá de la vaca grandotota que tenemos.
Todo aquí es más bello, las flores, los animales, los ríos… pero no tengo amigos para jugar salvo a Dobby, pero parece que correr tanto por el campo lo cansa mucho y se duerme largas siestas. Entonces agarro un libro y me tiro panza abajo en el pasto, con el sombrero nuevo que me regaló mamá a leer un rato, bueno un ratito, porque me cuestan mucho todavía algunas palabras.
¿Y no saben que me pasó hoy? Al tirarme en el pasto como todos los días, me quedé dormida. Dobby se acercó a mí y empezó a ladrar fuertemente, me asustó un montón. Escuchaba ruidos raros en unos troncos apilados, a pisaditas, saltitos o algo de eso. Primero me dio miedo, pero después de a poquito, me fui acercando. Dobby se calmó y empezó a mover la cola, yo fui caminando en puntitas de pie para no hacer más ruido. Y de repente, ¡allí estaba!, era un conejito blanco que se estaba comiendo la manzana que yo había llevado para comer cuando leía; pensé que saldría corriendo pero me miró, movió las orejas y siguió con la manzana, me senté junto a él y lo comencé a acariciar suavemente. Cuando la terminó, caminó hacia mí y se acurrucó en mi falda.
Mi mamá comenzó a llamarme para merendar, pero él estaba tan dormido que lo tomé entre mis brazos y lo lleve conmigo. Al llegar a casa, me senté en la mesa y mamá asombrada me pregunto:
– ¿Qué tienes sobre tu regazo?
Lo miré, mire la merienda que estaba sobre la mesa y le contesté: mi pequeño Pan. Ella sonrió y preguntó por qué ese nombre y le dije: porque es blanco, esponjoso y tiene rico olorcito como el que amasas todas las mañanas.
Y así fue como de un momento a otro empecé a tener un nuevo amigo, se quedaba a dormir en mi cama, jugaba con Dobby y cuando a la tarde iba a leer en la pradera llevaba dos manzanas, una para mí y otra para mi pequeño amigo Pan.
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