Mis abuelos tenian un horno de pan, en aquel pequeño pueblo de la sierra granadina, donde cada mañana, antes de que la madrugada se fuera a dormir, ellos ya empezaban a amasar el pan de cada día, para que unas horas despues, aquellas madres y esposas de delantal de paño y pañuelo en la cabeza, fueran a por su pan recien hecho, para preparar el almuerzo de los abnegados maridos, curtidos en las labores del campo, pudieran acompañar el tocino de la matanza del invierno.
el viejo horno de pan, guardaba la esencia y el aroma del cariño y la entrega de aquella pareja que amasaba sueños para sacar una familia adelante y en aquellas artesas de madera envejecida por el uso de unas manos desgastadas en los fríos de Granada, moldeaban la harina de las ilusiones y tambien de las decepciones que se quedaban escondidas en aquellas esculturas de levadura y sal.
Las madalenas artesanales, las tortas y los bollos de aceite, eran parte del decorado del viejo horno y el complemento perfecto que junto a aquellos panes redondos y recien horneados con el esfuerzo de quien persigue un sueño, conformaban el rincón más mágico de aquel pequeño pueblo, donde se reunían las madres del silencio para compartir su vida.
Muchas mujeres, antes de entregarse a las labores del hogar, acompañaban a mis abuelos a a masar la humildad y a preparar el pan de la sinceridad reflejada en sus miradas faltas de tanto sueño, pero con tantas ganas de soñar y de luchar por una vida entregada a sus hijos, a sus tierras, a su pueblo y a su día a día, amasando con la fuerza del corazón, aquellas obras de arte que nacían en sus manos ajadas y que resurgían en aquel horno de piedra y barro.
En las vigas de madera, casi centenaria, colgaban todos los aperos del duro trabajo diario, esperando su turno para cumplir con su labor, como si supieran de su protagonismo, y desearan ser tratados por aquellas manos artesanas que moldeaban la luna llena para darle forma, en cada madrugada, cuando el frío se escondía en los sacos de harina y la leña empezaba a despertar con el fuego del tesón y del esfuerzo.
Mis abuelos, amasaban sueños y los transformaban en pan, esculpían aquella masa en la mesa, una y otra vez, hasta que tomaba forma, tal como la vida misma, siempre creyendo en lo que hacían y horneando cada decisión detrás de de aquella puerta de hierro forjado donde el calor de los más puros sentimientos culminaban la tarea.
Yo nunca supe amasar pan, pero ahora sé, que mis abuelos tampoco sabían, hasta que aprendieron a soñar
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