Un gesto inapropiado

Jose era una mujer de 28 años, que llevaba tiempo buscando otra oportunidad laboral. Apenas disponía de tiempo para pensar y aclarar sus ideas, tal era, su agotamiento. Estaba harta y aburrida de trabajar en este pequeño restaurante de mala muerte como «pinche» de cocina rápida. Aún así, había decidido que estaba preparada para un cambio determinante.

Este era un trabajo precario y mal pagado. Demasiadas responsabilidades a la vez para llevar ella sola.

La cocina, las compras, el servicio.. también tenía que llevar las cuentas y hacer coincidir al milímetro los gastos e ingresos, jamás podría haber un fallo a ese respecto.. esto estaría bien si no tuviera una pega.. siempre había un listillo que se marchaba sin pagar y por supuesto su jefe se lo descontaría del sueldo sin piedad y sin ninguna explicación. Además, según el Señor «Bottiglia» cuando acabara la jornada que no se olvidara de fregar y dejar reluciente como los chorros del oro el infame local. Por si fuera poco era tan malo el sueldo que se veía obligada a realizar tres turnos de noche por semana para compensar un poco la miserable nómina.

Jose, no era una chica con miedo al trabajo duro, a lo que tenía miedo era la explotación sin límite.

Era hiperactiva, no cabía duda, ya que en el poco tiempo libre que disponía lo dedicaba a protestar sobre las malas condiciones laborables a los que se unían las infames soluciones de los mediocres dirigentes del pueblo, aunque percibiera que era reclamar por reclamar, y que sus lamentos e injusticias por no decir abusos iban a caer como siempre en saco roto, jamás se cansaría de intentarlo por muy infructuosa que resultase esa lucha. Se veía obligada igual que el pueblo a pedir, aunque fuera en vano.

Después de los estragos de la pandemia y la profunda crisis que sobrevino después, había dejado a miles de personas de todos los ámbitos a recurrir a trabajos tan precarios como el suyo, estaba segura que lo hacían con el mismo afán del deportista que ya agotado y echando la bilis al final de la carrera ,volverían a levantarse una y otra vez con el añadido ímpetu de la lucha por la supervivencia, porque se trataba de eso, de sobrevivir.

Lo hablaba muchas veces con Florita, la estanquera, que tenía el puesto justo al lado de la hamburguesería, disfrutaban de diez minutitos al día acompañado de un recién y oloroso café que tan bien sabía hacer Jose, ponían en su charla el mundo patas arriba sin poder evitar las lágrimas de las carcajadas con las soluciones que eran tan ocurrentes como disparatadas.. esos momentos junto con las alegres sonrisas de algunos clientes habituales formaban la pequeña alegría del día de todos los días.

Así era Jose, que se llamaba Mª Jose, pero ella siempre quiso que la llamaran simplemente Jose.

Una mañana, después de haber salido la noche anterior a las 11´30 horas, de una larga jornada de duro trabajo, encajó su cara de bruces con la de su jefe nada mas abrir la puerta del nefasto habitáculo a las 7´30 AM, y sin dar el consabido y educado «buenos días» le espetó un rapapolvos de no te «menees» por no haber dejado el local como una patena. No pasó desapercibido para Jose, el hedor de los efluvios etílicos que soltaba cada palabra que pronunciaba sobre ella. Ella, que era trabajadora y pulcra, consciente de la importancia de la limpieza en un local de comidas, siempre cumpliendo con su deber, nunca dejaba nada sin acabar ni el «ya lo haré mañana» formaba parte de su vocabulario.

Así que empezó a sospechar que el encontronazo había sido casual, que en realidad no es que madrugara el Señor Bottiglia, si no que, no se había acostado y que no había echado freno al alpiste que se había metido entre ceja y ceja desencajándole el patético «careto».

Menudo era el pájaro. Su mala baba no era otra que la de haber encontrado «floja» la caja del día anterior (sin serlo), pero a este pobre desgraciado no había dinero que le llegara, ya que mucho se temía que deudas de juego andaban por medio.

Jose, se le quedó mirando fijamente la desagradable jeta de su jefe, sin poder evitar un «gesto» un gesto entre grosero y obsceno, «un dedo grosero» que le salió del alma , fue tan decisivo y contundente que dejó al Señor bottiglia sin habla, por consiguiente, ya no cabía ninguna otra palabra, ni le permitió que le comunicara el despido,  no hacía falta.

Jose, se giró sobre si misma y sin mirar atrás salió orgullosa del antro con la absoluta verdad de haber cumplido. En ese instante supo con certeza que estaba preparada para un cambio en su vida, segura y fuerte asumió todas las consecuencias.. Mantuvo su dignidad a través de ese gesto aunque no fuera la manera mas ortodoxa de contestar.. había valido la pena.

Se despidió de Florita con pesar, dándose cuenta de que no tenía a nadie mas para despedirse. Era una consecuencia mas de trabajos como ese, un trabajo de tantas horas era casi imposible tener amistades. Las que vas haciendo en ese espacio de tiempo y al marcharte también las vas dejando. La vida, pensaba Jose, no era buena ni mala, si no las consecuencias de nuestras decisiones. 

Bien lo sabían los que habían vivido hasta el final.

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