Melodía de la Lluvia
Caminar bajo la lluvia es un placer peculiar para mí. Resulta paradójico, pues desde niño le he temido al agua. Nunca aprendí a nadar, primero por mi limitada capacidad pulmonar, y segundo, porque siempre he asociado el agua con un cierto desdén. Esta aversión quizás se forjó durante las innumerables ocasiones en que, en paseos familiares, me forzaban a sumergirme en ríos o piscinas. A partir de entonces, esos lugares quedaron impregnados en mi memoria con un sentimiento de disgusto, y desde que dejaron de obligarme a participar en esas salidas, no he vuelto a pisar ninguno de esos sitios.
Sin embargo, la lluvia tiene un encanto diferente. Me fascina ver cómo las gotas caen del cielo sobre mí. Disfruto el frío que me produce, esa sensación helada que penetra mis huesos y mi piel, brindándome experiencias inusuales, pero extrañamente placenteras.
Caminar bajo la lluvia es una de las pocas cosas en mi vida que no suscita nostalgia ni melancolía. Aunque la lluvia evoca estos sentimientos, lo hace de una manera que me tranquiliza, permitiéndome recordarlos y dejarlos fluir como el agua que cae del cielo. Caminar sin rumbo, solo para pensar, para ordenar mis ideas, mis sentimientos, para poner en su lugar el caos interior. Tal vez cualquier paseo lograría lo mismo, pero a mí, me gusta caminar bajo la lluvia.
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