Transitaban por un intríngulis irracional que ninguna razón era capaz de desentrañar. En ese marco, dos partidos políticos opuestos se disputaban desde hacía décadas la posesión de “la verdad” del quehacer nacional. Los unos defensores intransigentes del liderazgo de la Gallina.
Los otros defensores a ultranza del Huevo. Y el interrogante sobre si el Huevo o si la Gallina bajaba a los terceros del escenario. Ambas facciones se iban alternando en el poder. Y el statu quo siempre se mantenía latente. Si bien era cierto que tenían razones particulares diferenciadas; a veces los intereses del Pueblo bien valían la habilitación del debate.
No obstante, por mandato las sesiones fracasaban una y otra vez por falta de quórum. Cada cierto tiempo, el cacareo del corral insurrecto, producto de políticas desacertadas, sublevaba a las aves cansadas de tanta miseria. Pedían un recambio, gritando al unísono: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”; pero no sólo no se iban; sino que se quedaban camuflando sus nombres partidarios.
Las acusaciones por las hecatombes a las que sometieron a su pueblo emplumado fueron cruzadas. La culpa era del otro. La patria era de ellos. Y los pollos desplumados confundidos continuaban votando discursos cada vez más marketineros.
Un intelectual por esos tiempos argumentó: “Nos mean y los diarios dicen que llueve”. Y en las calles cientos de miles de pollos disfrutaban empapados en lluvias ácidas. Así en esa alternancia programática, se sucedieron los siguientes gobiernos, con años de cosechas gordas y años de cosechas flacas producto del consumo desmedido de los que nada compartían con su prójimo.
Hasta que un día, apareció un ave extraña, de cresta roja despeinada, con alaridos guturales a toda hora. Primero fue la bandada más joven la que quedó encandilada por redes sociales con esa insolencia maquillada. Y cada insulto se convirtió en trending topics. Los canales de TV vieron el fenómeno y lo tomaron. El Gallo Negro fue invitado a toda hora y en cada señal. Era divertido ver sangre en cada debate. Dejaba siempre a sus oponentes sin respuestas.
Y cómo responder a palabras irrisorias sin quedar atrapados en discursos banales repletos de odio. Entraron en su juego y las alocuciones viraron hacia la derecha del gallo que lideraba el rating y la opinión pública. Y en su terreno de juego siempre salía victorioso, aún con su incapacidad discursiva.
En una ocasión, impuso en la agenda mediática el tema de la venta de órganos: libertad de elección, libertad de cuerpos, libre albedrío para el auto destripamiento. Serían los dueños de desgarrarse los unos a los otros para sobrevivir en un mundo sin Estado.
Eso enloqueció a los corrales por todo el largo y ancho del país. Podrían ahorrar el dinero obtenido en una moneda de cambio global. Y no en el devaluado cambio local que día tras día valía menos que un grano de cereal. Iban por la libertad de decidir lo decidido de antemano por la ley de la oferta y la demanda y el libre mercado.
Se alborotó el gallinero. Los seguidores de la Gallina continuaron a capa y espada defendiendo el repetitivo relato de inclusión y redistribución del ingreso; pero ya no deslumbraban a nadie, excepto a su núcleo duro. Los seguidores del Huevo, perdían parte de su electorado en manos del Gallo Negro y copiaron su endurecido discurso.
Pero en vano, porque el cotorrerío buscaba algo nuevo. Y así entre gallos y gallaretas el bipartidismo detonó. El Gallo Negro de la cresta roja despeinada comenzó a liderar las encuestas con su propuesta anti estatal del sálvese quien pueda. Los que propiciaron su irrupción en el establishment empezaron a preocuparse de las navajas descontroladas del mesiánico de pico filoso. Eran peligrosas hasta para sus adeptos.
El gallinero quedó más dividido que nunca y en ese clima asocial se llevaron a cabo los comicios para elegir al nuevo conductor de una nueva era. Como era previsto, ganó el Gallo. Al tiempo el Congreso se disolvió. Se gobernó por decreto o por plebiscito. A esta última opción la validaban sólo si los sondeos de las mayorías coincidían con los de la minoría gobernante.
La educación dejó de ser obligatoria, los hospitales dejaron de atender a pollos malheridos producto de la venta de parte de sus órganos; ya que el sistema de salud privado sólo pasó a dar asistencia a aquellos que poseyeran la seguridad médica correspondiente.
En ese marco, algunos lograron emigrar a tiempo. Otros no tenían cómo escapar. Los pollos llamativamente no se quejaban, parecían diezmados y trabajaban por un montoncito de granos secos. Ya no reclamaban ganancias, ni derechos laborales. Perdieron sus viviendas y preferían trabajar día y noche con tal de ampararse bajo un techo. El feroz temor a la ira de los gallistas era más fuerte que el dolor a la propia miseria. Era preferible perecer de hambre o de frío, que enfrentarse al sistema.
El Gallo Negro mediante cambios radicales logró pronto empoderar al país, con un superávit en la balanza comercial, eliminando el gasto público. El grupo de élite que estaba en lo alto de la pirámide predicaba en los medios masivos aliados en pos del nuevo modelo. Sin embargo, tapaban la postal de un país cada vez más rico con polluelos cada vez más empobrecidos.
Hoy, disuelta la Constitución Nacional, van camino a una nueva reelección indefinida, mediante un voto selecto y virtual, que dejó de ser universal, secreto y obligatorio. Un sufragio que cotiza en la Bolsa determinando así la continuidad o la salida anticipada de cada gobernante de turno. Este boom local generó que a nivel internacional también se prendieran los reflectores con la lupa puesta en el gobierno del ave de la cresta roja.
Ya tienen millones de adeptos y están realizando pruebas piloto en otros países del continente con la intención de conformar un nuevo bloque regional; y cambiar así los designios del mundo entero. A estas alturas, ya nadie se cuestiona si el Huevo o la Gallina; porque la verdad absoluta forma parte de la autocracia del Gallo.
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