El susurro en la niebla

Elaborado por: Gallardo Venancio Diana Lizbeth 

Era una noche fría y brumosa en el pequeño pueblo de Abernathy. Las luces de las casas parpadeaban como débiles luciérnagas en la distancia, apenas visibles a través de la espesa niebla que se cernía sobre las calles empedradas. Los habitantes, conocedores de los peligros que acechaban en la oscuridad, se refugiaban temprano en sus hogares, cerrando puertas y ventanas con cerrojos y oraciones.

En una de las casas más antiguas, vivía Elena, una joven de mirada melancólica y espíritu curioso. Esa noche, mientras leía un antiguo libro de leyendas locales, un susurro escalofriante llegó a sus oídos. Provenía de fuera, un llamado suave pero insistente que rompía el silencio de la noche. Contra su mejor juicio, Elena se levantó, atraída por esa voz etérea que parecía cantar una canción olvidada.

Envuelta en una capa gruesa, abrió la puerta principal y fue recibida por un frío mordaz. La niebla envolvía todo a su alrededor, densa y casi palpable. Sin embargo, el susurro era claro, guiándola más allá de los límites de la aldea, hacia el bosque que los lugareños evitaban a toda costa.

El bosque de Malkin había sido durante siglos un lugar de superstición y miedo. Las historias hablaban de espíritus vengativos y criaturas nocturnas que merodeaban entre los árboles retorcidos. Pero Elena, hipnotizada por ese susurro seductor, no pudo detenerse. Sus pasos crujían sobre las hojas muertas y las ramas secas, y la niebla parecía moverse a su alrededor, como si tuviera vida propia.

Finalmente, llegó a un claro en el corazón del bosque, donde la niebla se disipaba ligeramente para revelar una antigua mansión en ruinas. Era un vestigio de otra época, con paredes de piedra ennegrecidas por el tiempo y ventanas vacías que parecían ojos huecos observándola. El susurro se detuvo, dejando un silencio aún más perturbador.

Con un impulso que no comprendía, Elena entró en la mansión. El aire dentro era pesado y el olor a moho y descomposición llenaba sus pulmones. Avanzó por un pasillo largo y oscuro, donde los retratos descoloridos de antiguos moradores la observaban con miradas acusatorias. Al final del pasillo, una puerta de roble macizo se abrió con un chirrido, revelando una habitación grande y desordenada.

En el centro de la habitación, un espejo enorme dominaba el espacio. Su marco dorado estaba cubierto de polvo, pero el vidrio reflejaba con una claridad inquietante. Elena se acercó, atraída por su propia imagen distorsionada en el reflejo. De repente, el susurro volvió, pero esta vez, provenía de dentro del espejo.

Con un terror creciente, Elena vio cómo su reflejo comenzaba a moverse por voluntad propia. Sus ojos en el espejo se volvieron negros, y una sonrisa malévola se dibujó en su rostro. El reflejo levantó una mano y señaló hacia ella, y antes de que pudiera reaccionar, sintió una fuerza invisible que la arrastraba hacia el espejo.

Luchó con todas sus fuerzas, pero fue inútil. La superficie del espejo se onduló como el agua, y en un abrir y cerrar de ojos, Elena fue absorbida por él. Dentro del espejo, la oscuridad la envolvió, y el susurro se convirtió en un grito agudo que le perforó los oídos.

En la habitación vacía, el espejo se calmó, y su superficie volvió a ser lisa y fría. El reflejo de Elena permaneció allí, con la misma sonrisa malévola, observando el mundo exterior con ojos que ya no eran suyos. La mansión volvió a quedar en silencio, esperando a su próxima víctima.

En el pueblo de Abernathy, nadie volvió a ver a Elena. Su desaparición se convirtió en otra leyenda local, una advertencia más para aquellos que osaran escuchar los susurros en la niebla. Y en las noches más oscuras, si uno prestaba atención, podía oírse un susurro lejano, un eco del destino de Elena, atrapada para siempre en el corazón de un bosque maldito.

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